Escritos sobre música




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Avilés, ciudad dylanita

~ sábado, mayo 21, 2022 ~

 Ayer vi el concierto de homenaje a Dylan que se organiza bajo el nombre de "Avilés, ciudad dylanita". Con los Stormy Mondays como banda de acompañamiento, sonaron clásicos como "Like a Rolling Stone" (Héctor Tuya), "It's All Over Now, Baby Blue" (Tete Bonilla), "It ain't me, Babe" (Sandra Lusquiños), "Queen Jane" (Toli Morilla), "Maggie's Farm" (Ivo) y otros de cuyo intérprete no me acuerdo como "All Along the Watchtower", "My Back Pages", "Seven Days"... Alfredo González interpretó solo al piano una versión es castellano de "Forever Young" que tituló "Joven igual". Fue una noche muy agradable.


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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
11:41 p. m. | Comentarios (0)

Todas las canciones son Blues

~ miércoles, mayo 01, 2019 ~


Crónica del concierto de Bob Dylan en el Pabellón Adolfo Suárez de Gijón el 28 de abril de 2019


No fui a verle en 1993 ni en 1999, las primeras veces que actuó en mi ciudad: yo ya era fan, pero me parecía que estaba acabado. Claro, luego hizo esa maravilla que es Modern Times... Esta vez acudí porque me parecía criminal tener una oportunidad así, de ver a uno de mis artistas favoritos, un artista decisivo en la historia de la música, y perdérmelo. Y porque tenía con quién ir.

Se llenó el Pabellón de gente entre divertida y asombrada de saber que no podía hacer fotos durante el concierto. Yo, ciertamente, eché de menos tirar alguna foto, aunque quizás me haya venido bien...

Ver a Dylan a estas alturas es probablemente ver a alguien que tiene poco que ver con el de los 60, los 70 o incluso los 80. Ahora me da la sensación de que interpreta todas las canciones en una misma línea: como si fuesen alguna variación de Blues, ejecutadas en cierto modo con esa libertad del jazz que en realidad resulta casi formulaica.

Empezó con Times Have Changed, cambiada, pero no tanto como la segunda, It ain't me. Es como si hubiese borrado cualquier atisbo de folk. No sé si se puede decir que es la misma canción: cuando se cambia tanto un arreglo, ¿sigue siendo el mismo tema? Pasó en muchas ocasiones y no es que estuvieran mal los nuevos trajes, pero yo debo de ser muy básico porque me gustan los originales.

Puede que sea que Dylan está aburrido de aquellos sonidos. Quizás también que ya no pueda hacer aquellas melodías: ahora casi todas son frases entrecortadas, lanzadas con ese fraseo de profeta que nos está descubriendo un mundo que no conocemos. Y lo asombroso es que debe estar viéndolo en su cabeza: no me dio la sensación de que estuviese leyendo las letras.

Se pasó casi todo el tiempo detrás del piano, incluso tocando la armónica, pero me sorprendió cuando se levantó cogió el pie de micro y lo inclinó para cantar: a ratos, ese anciano de casi 80 años que parece no tener fuerza para aguantar una guitarra, me recordaba a un niño jugando ante el espejo a ser frontman de una banda de rock...

La banda, sin embargo, sonaba contenida, acolchada detrás de su voz (que de todas formas me sorprendió por lo clara que se oía). Curioso fue también que entre canción y canción no dejaban silencio: probaban sus instrumentos (no sé cuántas guitarras utilizó Charlie Sexton; a la quinta canción y quinta guitarra, dejé de contar) o, si no, el batería, George Receli, daba golpes como para luchar contra el vacío y, en un momento dado, casi sin avisar, comenzaban el siguiente tema. Me disgustaba que a veces los finales me caían un poco precipitados...

El bajista, Tony Garnier, me gustó mucho más con el contrabajo que con el bajo eléctrico, que estaba demasiado apagado. Pero con el contrabajo, tanto con dedos como con arco, espectacular. Donnie Herron estaba casi todo el tiempo creando ambiente con el pedal steel, aunque también tocó el banjo y el violín.

La música parecía mejor concebida para locales pequeños que para un pabellón. Sólo se concedió un poco a los tópicos del rock de estadio en el estribillo de Like a Rolling Stone, con una batería a negras, justo después de hacer un puente casi sin batería.

Tocó algunas canciones del último disco, Tempest, que yo no conocía. De la antes mencionada obra maestra Modern Times, sólo tocó Thunder on the Mountain, nuevamente cambiando el riff principal de la canción y hasta la armonía, introduciendo un nuevo acorde. Sonó Blowing in the Wind, pero faltaron muchos clásicos: tiene demasiados.

Al final, Dylan saludó varias veces. No se dirigió nunca al público, pero tampoco pareció hosco: simplemente estaba concentrado en la música.

En definitiva, ver a Dylan es como ver La Mona Lisa: algo que hay que hacer si tienes la oportunidad, pero que nunca está a la altura de la leyenda porque es demasiado inmensa.

Por ser Dylan quien es, estoy haciendo esta crónica, pero creo que es injusto no haberla hecho del concierto de Íñigo Coppel una semana antes en el Libertad, 8 de Madrid: porque puede que no vaya a cambiar la historia, pero la verdad es que con Coppel lloré y reí y viví la música con una intensidad que merecería una mejor reseña. Quede aquí a modo de recuerdo.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
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Laureles para Dylan

~ jueves, octubre 13, 2016 ~

Al final, no era un chiste: Dylan podía ganar el Nobel. Lo ha ganado. Hoy.

Voy a aprovechar para escribir sobre él; otra vez, porque ya lo he hecho muchas veces antes.

Me parece muy bien que le den el Nobel de literatura a un autor de canciones porque para mí no hay ninguna duda de que las canciones son literatura. Y música, claro. Pero la Ilíada probablemente fuese antes canción que texto y nadie discute su lugar prominente en la historia de la literatura.

Quizás está el matiz de canción de rock lo que lo hace noticioso, como si fuese transgresor poner en tan alto pedestal esa música moderna... Yo hace tiempo que vengo pensando que el rock es una música de viejos y los viejos tendemos a pensar que lo que nos gustó a nosotros en la juventud es lo mejor. El rock ya es música clásica, arte antiguo.

¿Pero se merece Dylan la más alta distinción de la literatura? Yo creo que sí. No cabe de duda de su influencia sobre la gente que se dedica a hacer canciones, es decir, sobre gran parte de la literatura. Y, por supuesto, mucha gente que le escuchamos con devoción.

Eso sí: con lo mucho que me gusta, no lo adoro y, de hecho, a veces encuentro incompresible mi atracción por sus canciones. ¿Por qué? Porque muchas no las entiendo, no sé de qué van. Y a veces pienso que Dylan es sobre todo un cómico, un bufón, pero no de esos que hacen grandes parodias para mostrarnos una cara de nosotros que desconocemos; no, no, algo más pequeño, de chistes casi infantiles.

Se me puede decir que es blasfemia decir eso de alguien que ha escrito "Blowin' in the Wind", "The Times They Are A-changin'" o "With God on Our Side", canciones que inspiran movimientos sociales o que desnudan hipocresías. Y es verdad: me parecen obras maestras. Sin embargo, desde hace tiempo dudo de su sinceridad: tengo la sensación de que Dylan escribió esos himnos visionarios no porque creyese en lo que contaban sino porque era lo que le iba a dar la fama en aquella coyuntura social. Y creo que ahora que se dedica a anunciar ropa interior femenina y coches americanos ha demostrado que aquello fueron como mucho inocentes pecados de juventud: él no es un profeta, sólo alguien que quiere hacer canciones para ser admirado como él admira a otros que hacen canciones. Eso sí: hay que tener algo especial para, tal vez siquiera sin creer de verdad, ser capaz de urdir esos himnos que capturan a la vez que configuran el espíritu de una época y puede que hasta de una forma del ser humano.

Luego está la etapa psicodélica, cuando se puso ciego de todo y escribió lo que se le pasó por la cabeza, imágenes sin sentido, bromas para colgados. ¿Qué nos enseña "Leopard Skin Pill-Box Hat"? Y, sin embargo, "Blonde on Blonde" es uno de mis discos favoritos.

Y después, la etapa de Nashville. El año pasado escuché bastante "Nashville Skylines" aprovechando que fui allí y que vi la exposición Dylan, Cash, and the Nashville Cats. Sin embargo, hoy no recuerdo más que una canción de ese disco: "Girl from the North Country", que es de su época de visionario, aunque esta versión con Cash es apoteósica.

Y luego, le época cristiana. Yo no puedo dejar de ver el cristianismo como un infantilismo. Y eso que no me considero nada maduro.

Y los 80, qué mal le sentaron. Es curioso: la producción de sus discos de los 60 y 70 es por momentos aberrante, con cosas como la guitarra chirriante y fuera de plano de la "Leopard Skin Pill-Box Hat" mencionada antes, la guitarra desafinada de "Queen Jane", la pandereta fuera de tiempo de "Rainy Day Woman #13 & #35", el bajo fallando notas en "Visions of Johanna" o los errores de tiempo en la por lo demás hipnotizante "Hurricane". Pero Dylan me enseñó eso: si hay fuerza, si hay inspiración, no hace falta perfección en la ejecución.

Y hablando de ejecución: lo he dicho antes, pero creo que lo mejor de Dylan es cómo dice las canciones. Las palabras, al salir de su boca, se convierten en algo más grande de lo que son. Incluso su voz cascada de viejo en "Modern Times", ese álbum que tardé mucho en escuchar y que me dejó tan fascinado que hace diez años me llevó a escribir esto en un bus. Menos mal que me lo descubrió Quique González.

He criticado a Dylan en lo escrito, pero sin dejar de reconocer que me tiene hechizado. Hay en parte de lo que rechazo un rechazo general a la literatura que me ha ido creciendo cual cáncer con los años: ya casi sólo la considero entretenimiento; la verdad, para la ciencia, y ni siquiera...

Pero me tiene fascinado y una de las locuras a las que he dedicado mi vida es a hacer adaptaciones de sus canciones en español, algo que probablemente hayamos hecho muchos. Y es que a mí lo que de verdad me gustaría es ser Dylan, haber escrito esas canciones y haberlas cantado así, como si estuviese en contacto con un ser superior.

Una pena que ya no crea en seres superiores.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
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Un atractivo incomprensible

~ sábado, junio 14, 2014 ~

A veces amas sin saber por qué. Eso me ocurre a mí con Visions of Johanna, la tercera canción en el Blonde on Blonde de Dylan. No sé de qué habla. El bajista se equivoca escandalosamente. Varias veces. El sonido de la guitarra tiene un punto irritante y la ejecución no es precisamente impecable. El estéreo de la mezcla, muy propio de aquellos años, es aberrante, con la batería enteramente a un lado excepto el ride, o tal vez sea un plato que toca alguien, porque se puede escuchar un redoble sobre la caja usando las dos manos mientras suena ese plato.

No creo que la letra tenga realmente sentido. Son sólo un conjunto imágenes irracionales provocadas por la droga. Y yo amo la razón. Pero muchas veces la escucho en bucle, hipnotizado y cuando quiero explicar la melancolía y por qué la eternidad no es ni siquiera deseable, me salen estos versos:

Inside the museums,
Infinity goes up on trial.
Voices echo, this is what
Salvation must be like after a while

En fin, no lo entiendo. Pero ahí está.


Bob Dylan: Visions Of Johanna video: Ron Talley from Ron Talley on Vimeo.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
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Mi homenaje a Dylan

~ sábado, mayo 21, 2011 ~

El martes Dylan cumple 70 años, pero parece que la fiesta es hoy: El País publica un par de artículos sobre él y hay un concierto en la Casa de la Cultura de Avilés como homenaje, con artistas como Alfredo González y Pablo Moro.

Yo también me quiero sumar a la fiesta con una «versión» que grabé hace un par de años de su Things Have Changed. Las comillas anteriores son porque partiendo de su canción, intentando copiar literalmente muchas cosas (por ejemplo, la batería y la percusión), y casi literalmente otras (acordes, melodía, algunas frases), acabé haciendo una canción que considero propia, con mis ideas, mis obsesiones y mis locuras, sin hablar de lo que habla Dylan. A fin de cuentas, él me enseñó a plagiar.

El resultado se titula El mundo está loco (o el loco soy yo).

Advertencia importante: mi voz puede producir daños irreparables en el oyente


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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
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Workingman's Blues (Post-Kozmics en la Calleja Ciega)

~ viernes, octubre 15, 2010 ~

A estas horas, los señores de mediana edad deberíamos estar durmiendo. Yo estoy escuchando a Dylan.

Busco una canción con el ritmo preciso para bajarme las revoluciones. Vengo del concierto de Kozmics en la Calleja. Tuvo un final amargo (le robaron el bolso a Mayte), pero hasta entonces fue la felicidad pura: con esto soñaba cuando no era un señor de mediana edad, con estar encima de un escenario disparando música como quien dispara cohetes para una fiesta.

Me gusta darme la vuelta y ver a Gang al piano, girarme hacia el otro lado, hacerle una seña a Jandro y hacer que el blues contenido de la tortuga estalle, escuchar la guitarra de Dani, esa que últimamente tiene tan escondida mientras hace eso tan difícil que sólo los más grandes entre los grandes saben hacer de jugar para el equipo en lugar de lucirse, escuchar su guitarra, decía, por fin en un solo en el que me siento exactamente igual que si B. B. King me hubiese dejado subir a tocar con él una noche, como si fuesen sus dedos regordetos los que estiran las cuerdas de la guitarra. O del alma. Me gusta escuchar a los vientos poner los signos de puntuación a las canciones.

Y Mayte merece un párrafo aparte, porque estaba para estar de baja, metida en la cama curándose esa afección que la ha dejado hecha una piltrafa. Y si no la hubiese escuchado el otro día en el ensayo, haciendo lo imposible por que saliese su voz para que no nos perdiésemos, no podría creer que estaba enferma: de su garganta salían expulsados gritos de júbilo y de dolor de alma, no de cuerpo, sonidos que unos pocos privilegiados de los que han pisado la superficie de la tierra han podido proferir...

Y yo allí, escuchándolo todo y pudiendo decidir si subo una octava o hago una síncopa, perdiéndome porque no puedo dejar de mover el culo o de hacer un molinillo como si fuese Pete Towsend con un Jazz Bass blanco, disfrutando del sonido que nos hizo Fer, de las luces que el tío de la Calleja al que se me olvidó agradecérselo al final controlaba como si fuese un músico más.

Deshice el camino por la Y sin cruzarme casi con nadie. Los señores de mediana edad tenemos que trabajar mañana, tenemos que madrugar...

Va la tercera vez que Dylan canta "I sleep in the kitchen with the feet in the hall, / Sleep is like a temporary death". Si la suerte lo quiere, mañana resucitaré. Si la suerte lo quiere, volveré a vivir noches como esta.

No sé por qué la felicidad me da tantas ganas de morir.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
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Canciones de estructura sencilla

~ martes, marzo 16, 2010 ~

Ando preocupado por un problema: ¿por qué cuando Dylan hace canciones de estructura sencilla no aburren y las mías, en cambio, sí? Ya, ya sé que hay problemas más importantes en el mundo, pero las obsesiones son incontrolables.

La primera respuesta es fácil: yo soy incapaz de escribir un solo verso con la décima parte de calidad que el peor verso de Dylan. Podría valer... si no fuera porque si me pongo a cantar una canción de Dylan, también resulta aburrida, de lo cual deduzco que no es sólo la canción, sino que influye mucho la interpretación.

Aquí la cosa empieza a ponerse más complicada. Pero quizás antes tengo que explicar a qué tipo de canciones me refiero.

Estoy hablando de cosas como The Times They Are A-Changin', Blowin' in the Wind, Highway 61 Revisited, Queen Jane Approximately, Desolation Row o Thunder on the Mountain, por nombrar obras de distintas épocas. Todas tienen la misma estructura: no hay estrofa, puente, estribillo, intros, solos y otras partes con armonía diferenciada. Toda la canción es un bucle de la misma rueda de acordes. Es decir, hay unos primeros compases en los que Dylan presenta una sucesión de acordes y luego repite eso varias veces simplemente cambiando la letra o, como mucho, dejando alguna vuelta sin voz y metiendo algún instrumento haciendo un solo sobre la rueda.

Lo que suele ocurrir si haces la misma rueda de acordes una y otra vez sin cambiar nada más es que el oyente se aburre: el disfrute de la música descansa en un delicado equilibrio entre dar al oyente lo que espera y sorprenderle. Por eso la repetición es parte fundacional de la música, pero usar sólo la repetición deja al oyente insatisfecho.

Lo típico en estos casos es variar la instrumentación, jugar con la dinámica, añadir instrumentos o quitarlos según va avanzando la canción, modificar la melodía en cada vuelta. Eso se puede apreciar en una de esas canciones que hacen una y otra vez la misma rueda de acordes, como el With or Without You de U2. Pero en Dylan eso no ocurre: todas las vueltas son iguales instrumentalmente, con sólo las pequeñas variaciones que puedan meter los intérpretes.

Está claro que Dylan es aquí heredero del blues y del folk y que no sigue, por tanto, la tradición del pop y el rock. Quiero aclarar que en las canciones de las que estoy hablando no hay estribillo propiamente dicho, es decir, no es una sucesión de estrofa y estribillo. Sí que hay frases repetidas, que pueden ser al principio, al final o en ambos extremos.

Por ejemplo, Thunder on the Mountain consiste en una rueda de acordes de blues (a ritmo más cercano al rockabilly) que se repite doce veces. Se puede distinguir una estructura interna a esas doce repeticiones: hay tres grupos de cuatro vueltas que tienen en común que la primera estrofa de cada vuelta empieza con la frase Thunder on the Mountain y que la cuarta vuelta es instrumental.

Highway 61 Revisited tiene cinco estrofas que presentan una situación problemática que se resuelve en la última frase, diciendo que la solución está en la «Highway 61», y estas son las únicas palabras que se repiten. Algo muy similar a lo que ocurre en Desolation row, una canción de más de diez minutos que repite diez estrofas similares que sólo tienen en común que presentan personajes que habitan en el callejón de la desolación, como se recuerda en la última frase.

Los paralelismos pueden ser más abundantes, como en Blowin' in the Wind, que además de acabar repitiendo el conocido «The answer is blowin' in the wind», construye todas las vueltas en base a preguntas sobre «cuándo».

Son muchas repeticiones de elementos muy sencillos. Está claro que la fuerza de las palabras de Dylan es uno de los detalles que hacen que no cansen. Pero hay algo más, y creo que es la voz.

La voz humana es el instrumento musical más importante. Lo puede todo. Y una voz que sabe interpretar, ayudada de palabras sagradas, puede hipnotizar sobre las estructuras más sencillas. Las inflexiones en cada sílaba son lo que hace la magia.

No conozco muchos ejemplos de este tipo de canciones en español. Sabina tiene algunas, aunque suele tirar mucho más del estribillo clásico y jugar con la instrumentación para dar variedad. El ejemplo más importante que se me ocurre es el Aunque tú no lo sepas de Quique González.

Cuando le vi en concierto el otro día pensé en ello: esa canción tiene una estructura dylaniana total. Son cuatro vueltas (tres con letra) con los mismos acordes y en la que el único elemento común es la frase que da título a la canción, el «aunque tú no lo sepas» que introduce cada estrofa. La letra me parece genial, la melodía es inspirada y funciona a pesar de lo tópica que es la armonía (hay miles de canciones con esos mismos cuatro acordes). Que es difícil hacerla lo demuestra que el mismo Quique ha fallado al grabarla: en la versión de Pájaros mojados buscó llevarla a un mundo minimalista, con detalles de teclado y un ritmo de batería flotante. El resultado es aburrido. En Ajuste de cuentas mejora algo, gracias sobre todo a que la pedal steel guitar rellena los huecos de la versión anterior.

Pero esa canción era enorme en la inspiradísima versión de Enrique Urquijo y cuando la cantaba solo Quique con su guitarra y su armónica en sus primeros conciertos. Así lo hizo el otro día en Santander, pero ya no fue lo mismo: porque le faltaba ese grado de emoción extra, el recuerdo sentido a Enrique Urquijo, la sensación de que esa canción era un código secreto que unos cuantos nos habíamos encontrado por casualidad, que formaba parte de un ritual, algo que se sale de lo musical para entroncar con ese sentimiento religioso que debe de estar imbuido en los genes humanos. El propio Quique le quiso quitar a esa canción ese lugar preferente, quiso que dejase de ser un himno profano, y ahora ya no resulta tan buena como antes.

Sé que deliro, que lo que digo no tiene sentido, que estoy mezclando aquí distintas reflexiones que a lo mejor no tienen mucho que ver. Pero tenía ganas de contarlas, de armar uno de estos escritos sobre música. Como dice Isma, es un absurdo afán, el mismo que me lleva a seguir intentando hacer canciones a pesar de ser totalmente consciente de que no soy Dylan, ni siquiera Quique González.

PS: Me leo y no me gusto. Me parece que cometo un pecado que aborrezco: pasar por hechos lo que no son más que opiniones. Además, he caído en la cuenta de que hay alguien que hace canciones de este estilo en español mejor que Quique: Lapido. Precisamente el Algo me aleja de ti que Quique ha incluido en el último disco es un ejemplo perfecto.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
10:41 p. m. | Comentarios (4)

Discos del 2009

~ viernes, enero 15, 2010 ~

No me gustan las listas de "Lo mejor de...": me parece presuntuoso que alguien determine qué es lo mejor (¿quién ha escuchado todo?, ¿quién sabe de todo?, ¿quién tiene la verdad?) y, además, me parece que los discos no se pueden ordenar como si fuesen caballos al final de una carrera. Aún así, muchas veces acabo mirándolas, en parte por morbo, en parte por ver si descubro algo interesante.

Con este último afán, compartir descubrimientos y tratar de transmitir las reflexiones o sentimientos que me producen la música (irrelevantes, pero este blog nace de una necesidad irracional), voy a comentar los discos que más me han gustado en 2009, aunque puede que no sean de este año.

Dramas y Caballeros. Luis Ramiro

Amenacé con dedicarle una entrada y no lo hice. Para mí ha sido un descubrimiento. Sigo sin verle nada muy original, pero me gusta la perfección clásica de sus formas. Hay tópicos, pero detrás de los tópicos hay algo que (me) llega. Su voz y una mirada a ras de tierra le dan el carácter personal necesario para escapar del plagio y el aburrimiento. Y además tiene el toque para se te queden los estribillos. Todavía recuerdo una noche de insomnio en Madrid, repitiendo una y otra vez en mi cabeza: "Tonterías / para no dormir, / qué agonía / es tener que decidir / entre el agua y la comida".

Dudas y precipicios. Alfredo González

En los años 90 hubo una generación de cantautores con cierto éxito: Pedro Guerra, Ismael Serrano y Javier Álvarez. Eran herederos de Serrat, Sabina y la Nueva Trova (sobre todo los dos primeros). Ahora mismo está habiendo otra generación de cantautores con unas señas de identidad muy distintas que yo diría que vienen de Quique González: los referentes son americanos, el rock. En esta generación están Manolo Tarancón, Pablo Valdés, Fabián, Pablo Moro y Alfredo González. Curiosamente, escuchando el otro día el primer disco de Alfredo, La vida de alquiler, me parecía como un compendio de la generación anterior: un tema casi de política panfletaria, una canción con querencias argentinas, otra sobre la República y algunos cuantos tópicos más.

Pero en Dudas y precipicios cambió los referentes a los americanos del rock. Las minas porteñas dejaron paso a las camareras que se enrollan con los músicos y la República, a las drogas.

Yo deploro esos tópicos (más el de las drogas que el de las camareras). Pero Alfredo ofrece algo más: voz propia, textos bien hilvanados, con un léxico que evita el aburrimiento, cierta visión social mucho más sutil que antes y arreglos no tan convencionales, escapando de la guitarra acústica a través del piano. La parte final del disco, con menos rock, es la que más me gusta. Pero toda la producción me parece muy buena, con detalles arriesgados, como las distintas distorsiones de la voz en "Golfo" y "Piernas de marioneta" que, a pesar de que hubieran podido resultar efectistas, funcionan. Y también tiene el toque para hacer canciones que se te quedan pegadas.

Adiós Tormenta. Fabián

Otro de la Generación Quique González que destaca por sus notas personales, en especial su voz como un suspiro. Tanto Luis Ramiro como Alfredo González tienen mucha variedad en sus composiciones; Fabián, sin embargo, insiste con metódica obstinación en su estilo de acústica usando acordes en do abierto, tirando de cejilla si es necesario. Al final no sé distinguir muy bien sus canciones, pero eso no me impide utilizar el disco como un refugio, un lugar donde la belleza es segura en este mundo que sólo parece asegurar lo feo.

Pequeños placeres domésticos. Pablo Moro

El título lo anuncia: aquí va a haber más historias de "gente que baja la basura los día impares" que de camareras. Eso es lo que más me gusta de este disco, unas letras que hablan de esa épica pequeño-burguesa que me parece más interesante que la épica del rock. La producción es también notable, muy clásica pero muy bien hecha. Como en casos anteriores, no hay nada demasiado original en la música, lo que a veces se puede convertir en un lastre, pero, por otra parte, sé que a mí no me entran cosas novedosas en exceso. Tal vez ese sea uno de mis problemas para apreciar nuevos estilos. En cualquier caso, la clave está en fijarse en las letras, en el esfuerzo por expresar los problemas de los que lo tenemos todo, de los que somos desconocidos, de esta vida de misterio muy bien hecho...

El género bobo. Nacho Vegas

Otro cantautor, pero uno que no bebe de la fuente de Quique González, aunque comparte con el madrileño ciertas influencias de la generación beat. A mí ha tardado años en gustarme. De hecho, muchas cosas suyas me siguen desagradando. Su voz me parece horripilante, aunque me haya acostumbrado, y los tópicos sobre drogas que en otros sólo me aburren, en él me repugnan: hay algo sucio en su cinismo... Por supuesto, los cínicos no son más que animales heridos dignos de compasión.

Poco a poco voy apreciando todos sus discos. Su EP El género bobo no necesitó ni el "poco a poco": me entró a la primera, porque vi en él algo mucho más limpio. Sí, desde el poema inicial de César Vallejo hay también ese humor cínico y puede que hasta una tristeza más seria que nunca, pero también se atisba cierta felicidad.

Por lo demás, todas las canciones me parecen buenas y tienen un sentido de unidad, como si fuese un disco conceptual, pero sin el coñazo que ese concepto presupone.

Tu labio superior. Christina Rosenvinge

Mi lado morboso me hace preguntarme si las características luminosas que le atribuyo al EP de Nacho Vegas tendrán su origen en su relación con Christina Rosenvinge.

Debo confesar que no puedo ser objetivo con la madrileña... En fin, ¡vaya chorrada que acabo de soltar! No puedo ser objetivo con nada. Lo que quiero decir es que con ella tengo un sesgo particular: formó parte de mi educación sentimental presentando aquel programa de televisión con Diego Antonio Manrique, FM2. Luego, me parece que consiguió la mejor aproximación a Dylan en español de todos los que lo hemos intentado con su Que me parta un rayo, aunque la producción se ha quedado algo vieja. Pero después descubrí que no sabía cantar y, cuando finalmente cayó en las manos ruidistas de Sonic Youth en su etapa americana, no tuve el más mínimo interés en escucharla.

Tras toda esta trayectoria, su trabajo de 2009 me ha enganchado por muchos frentes: las melodías, a veces casi infantiles, a veces desagradablemente chirriantes, se funden con unos textos que hablan de relaciones del siglo XXI de manera certera. Tal vez si lo hiciera otra, no me acabaría de gustar, pero cuando pienso en su boca y en sus ojos mientras suena su voz, me parece una obra maestra. Ante bellezas así, uno se pregunta: "¿Cómo es posible que sufran?".

La hora de los gigantes. Coque Malla

Coque no tiene una gran voz, pero es un gran cantante, creo que de los pocos en España que consigue capturar las raíces negras del rock y hacerlo de una forma natural. Cuando tira hacia la caña, me aburre un poco, pero la última parte del disco, incluyendo los más de ocho minutos de la última canción, es enorme: tienen la morosidad de la luz en una tarde de verano, la vida cuando bajas a la calle y cuando estás solo en casa. Tiene magia.

Daiquiri Blues. Quique González

Me he pensado si poner este disco aquí. No es que no me parezca bueno, pero los discos de Quique son algo tan conocido que, incluso a pesar de su valiosa intención de no repetirse, resulta muy difícil que sorprendan. Y el caso es que, aunque he hablado más arriba de varios discos con una producción muy buena, este va más allá de la perfección formal: consigue una atmósfera única, que no hay en ningún otro disco. Tiene también versos geniales y soluciones armónicas inesperadas, pero tal vez falten más letras de esas que se te quedan entera de arriba a abajo, con su melodía. O tal vez, más probablemente, la falta esté en mí: ya no escucho música como hace años, cuando descubrí los primeros discos de Quique. Ya nada se me puede clavar así: soy otro.

Otras historias

Pensar sobre los discos que he escuchado este año ha sido un ejercicio curioso. Me he dado cuenta de que no hay nada extranjero. Lo único que he escuchado en ese apartado ha sido a Dylan, en concreto el Modern Times y el The Times They're a-Changin', y un poco de A.A. Bonty, al que le tengo que dar más tiempo, y Kings of Convenience. No hay nada más: ni siquiera música argentina o brasileña, es como si me hubiese quedado estancado en los cantautores españoles. He intentado otras cosas, como por ejemplo el de Love of Lesbian y el de La Bien Querida. El primero no me pareció del todo mal, pero no me enganchó. El segundo, me horrorizó; y resulta extraño, porque por lo que había leído pensaba que me iba a gustar, y luego la voz se convirtió en una barrera insalvable. Quién sabe, igual dentro de diez años me acaba gustando, como me pasó con Nacho Vegas.

También es curioso constatar cómo, a pesar de que no escucho la radio ni veo la tele y la única revista que ojeo de vez en cuando es el Mondosonoro, mi selección es muy similar a algunas que he visto en otros blogs. Se suponía que con esto de Internet se iban a fragmentar las audiencias, pero está claro que siguen formándose clusters. En los discos que he citado se puede ver que sigo lo que hay alrededor de Quique González, el mundo Vegas-Rosenvinge y luego Luis Ramiro, que está un poco al margen, a medio camino de muchas cosas, un poco solo.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
5:32 a. m. | Comentarios (13)

Esa magia de Dylan

~ martes, enero 05, 2010 ~

Escucho otra vez Boots of Spanish Leather, intentando prestar atención a la letra por primera vez... y al poco se me va la atención. Cuando llega el silencio, me quedo pensando, esa cosa mala: reverencio las letras de Dylan, me sé canciones de principio a fin, hay frases que uso más que cualquier refrán castellano, tiras enteras de versos que aparecen en mi cabeza en los momentos más inopinados... pero la grandeza del de Minnesota está antes, en algún gas hipnotizante que expulsa por la boca mientras canta, en algún truco que conjura al pulsar las cuerdas de la guitarra, en algún mensaje satánico grabado en los surcos del vinilo que ha sobrevivido al MP3...

Alguna magia negra tiene que haber; si no, no se explica cómo puedo escuchar once veces (Last.fm dixit) la canción, y en cada vez nueve estrofas musicalmente iguales [referencia], un total de 99 estrofas que me deberían haber aburrido después de la tercera. Y aquí estoy, escuchándola otra vez mientras escribo.

Hay canciones que parecen pertenecer al rito de alguna religión ancestral y desconocida. Si Dylan copia a alguien no es a Woody Guthrie, ni siquiera a Ovidio: su modelo es David, el autor de los salmos, alguien que habla por la boca de Dios.

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4:52 a. m. | Comentarios (4)

Boots of Spanish Leather

~ lunes, enero 04, 2010 ~

Últimamente me he obsesionado con otra canción de Dylan. Imagino que es algo que haré hasta que me muera o me quede sordo, lo que pase antes.

En esta ocasión es Boots of Spanish Leather. Buscando cómo tocarla por Youtube, me encontré esto:



Después de ver otros vídeos, he llegado a la conclusión de que debe de ser una enfermedad, otra que la música subvierte.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
4:06 a. m. | Comentarios (0)

Dylan said to God...

~ viernes, diciembre 04, 2009 ~

Estaba escuchando esa obra maestra que es "Workingman's Blues #2" y, de repente, sentí que estaba espiando una conversación entre Dylan y Dios, cuando le dice:


I can see for myself that the sun is sinking,
How I wish you were here to see.
Tell me now: am I wrong in thinking
That you have forgotten me?

Now they worry and they hurry and they fuss and they fret,
They waste your nights and days.
Them, I will forget,
But you, I'll remember always.

Old memories of you to me have clung,
You've wounded me with your words:
Gonna have to straighten out your tongue.
It's all true, everything you've heard.

Porque escribir a un amor que te ha olvidado es lo mismo que rezar a un dios perdido.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
4:22 a. m. | Comentarios (0)

Quien roba a un ladrón...

~ martes, abril 14, 2009 ~

Un informativo artículo de Diego Antonio Manrique en El País me hace saber que el más famoso judío converso de voz gangosa tiene nuevo disco.

En la parte final cuenta una historia interesante: hay gente que dice que el primer single es plagio del Black Magic Woman de Fleetwood Mac que Santana hizo famoso... pero Peter Green se ha apresurado a reconocer que esta canción estaba a su vez basada en otra de un bluesman de Chicago, y se parece a otra anterior. Ya en su momento, cuando me dio por saber más de esa obra maestra que es Modern Times, descubrí que la Wikipedia tiene una sección entera dedicada a analizar las copias sin cita, tanto en música como en letras (¡y a Ovidio, nada más y nada menos!). Eso no rebajó ni un ápice mi consideración por el disco.

Después de leer el artículo de Manrique, busco por YouTube a ver si escucho algo del nuevo disco y me encuentro esta interpretación de Billy y, tras escuchar no más de 30 segundos, hasta la primera frase, se me dispara la cabeza y paso dos horas escribiendo una canción, intentando robar un sentimiento que no sé si el propio Dylan tenía: a veces metemos la mano en la cartera de otros y sacamos nuestros propios billetes. Sé perfectamente que de lo que quiero hablar son de mis días y mis noches este fin de semana: del deseo de morir cuando eres más feliz.

Grabo mi canción con la guitarra eléctrica desenchufada y la cámara de vídeo, que es lo único que tengo a mano, y me voy a ensayar, todavía transportado por el impulso creador de alguna musa rechazada por el de Minnesota, y no puedo evitar tocársela al resto de los Kozmics antes de trabajar en lo nuestro. Me acompañan y por un momento me siento el maestro con su banda de músicos geniales...

Cuando vuelvo a casa escucho la grabación... y no está lo que yo imaginaba. No es sólo mi voz sin remedio: en vez de la melodía hipnotizante hay una aburrida. Me la imagino sonando con esa viscosidad del Modern Times y me pregunto cómo hará para grabar así. Encuentro un artículo que lo explica muy bien: todos los músicos tocando a la vez, la voz de Dylan pasada por un Shure SM7B, el despliegue de medios y la parquedad de tiempo... Porque lo más importante al final no es la técnica, sino la inspiración: eso que a Dylan le sobra.

Si sólo pudiese robarle un poco... Llevo dos días intentando forzar la cerradura.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
12:51 a. m. | Comentarios (3)

No hay mayor éxito que el fracaso y el fracaso no es en absoluto éxito

~ domingo, noviembre 25, 2007 ~

En la magnífica serie del disco de la semana que dedicaron en Canal+ a Quique González (más buscando), el madrileño dice: "Supongo que tiene más cosas que contar un tipo así con pinta de... no sé... con una mochila en la barra de un bar a un corbata con gin-tonic a las 6 después de la oficina y peinado ahí, impresionantemente, perfecto y con un BMW en la puerta. Seguro que el tío de la mochila tiene una canción más interesante que el otro". Pero al final parece darse cuenta de que eso es una gilipollez y rectifica: "Aunque todo depende del punto de vista desde el que lo mires, claro".

Cada día me revienta más el tópico de que el fracaso es donde se esconde lo auténtico, o la belleza. Puede que Kerouack arrancase sus palabras a recién nacidos (Natalie Merchan dixit). Puede que Bukowski haya escrito una frase tan certera como "Pero nos han dejado un poco de música". Puede que el piano borracho de Tom Waits prenda las luces del alba con un encendedor metálico, cada día como una colilla encontrada. Pero no. Hay igual de belleza en cualquier éxito. Porque no hay éxito sin fracaso.

Puede que el maestro haya dejado escrito: "There's no success as failure, and failure is no success at all". Tonterías. Los triunfadores no existen. El hombre de la gomina puede llorar cada noche en la cama. O puede drogarse más que el chico de la mochila. O puede que no. Puede que se sienta bien. Puede que su único vicio sea rascarse la marca de los calcetines. Y así todo, puede tener una historia.

Todos nos vamos a morir. Nadie triunfa sobre la enfermedad, que siempre nos rodea. Cualquier historia de un supuesto triunfador está llena de días duros. La mitad de la gente a la que le toca la lotería acaba más pobre que antes. Hay tiburones en cualquier sitio. Majorana desapareció sin dejar rastro. Y triunfar no es menos digno que fracasar.

La gomina o los trajes no dicen nada sobre las historias que hay detrás. Ni las mochilas. Las personas somos lo que hay cuando te quitas la ropa. Y la piel.

Y quien puede sonreír es siempre un personaje con historia.

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8:11 p. m. | Comentarios (2)

Resucité de nuevo (oyendo «Modern Times»)

~ jueves, octubre 18, 2007 ~

Todo lo que voy a decir es mentira. O, al menos, no es exacto.

No hay mucha diferencia entre un poeta y un profeta. Por eso los mejores son los que han estado en ese sitio donde no hay diferencias entre el pasado, el presente y el futuro: la muerte. Así Bob. Su voz en «Modern Times» es la de un muerto, un Pedro Páramo resabiado, cantando desde su cripta a los vivos que traen flores a otros muertos. Como uno de esos que se suben a un cajón en Central Park, el p[r]o[f]eta lanza sus admoniciones a los que todavía respiramos, para decirnos que estos tiempos modernos están tan condenados al trueno como los antiguos y como los futuros. Y que desde más allá de la vida también se sigue echando de menos a una mujer.



Lo anterior lo escribí al mediodía en el autobús de vuelta de Oviedo, en un estado alterado por la única sustancia alucinógena de la propia música de Bob mezclada con la de Quique.



No sé por qué me parece tan bueno este «Modern Times». Todavía no he escuchado lo suficiente las letras, pero lo siento en la forma en la que Bob muerde las palabras, en los músicos que hacen música tradicional, pero viva, o eterna. No suelo escuchar lo moderno de Dylan: por muy bueno que sea, es difícil olvidar cómo aullaba «Don't follow leaders!». ¿Cómo quien ha hecho algo tan bueno, tan revolucionario, puede seguir haciendo cosas de aquel calibre? Ya no puede sorprender por mucho que quiera. Si este «Modern Times» lo hubiese publicado un debutante, asombraría, pero hecho por alguien que ha publicado «Blonde on Blonde»...

Y si lo he escuchado es por la frase de Quique que cito en el título, que está en el DVD que todavía no he podido ver (me falla el reproductor del ordenador), en una de las dos brutales canciones que no metió en el disco. ¿Cómo ha podido hacer algo tan bueno? Quique, digo.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
11:17 p. m. | Comentarios (5)

No conozco a Dylan

~ sábado, junio 16, 2007 ~

Le han dado el Premio Príncipe de Asturias de las Letras Artes a Bob Dylan. Es extraño verle en la misma lista que mi amada Carmen Martín Gaite. A estas alturas, todos mis informados lectores (los ocho que os pasáis por aquí) estaréis hartos de leer sobre el particular, pero a mí me ha servido para caer en la cuenta de que tengo una cinta de hace quince años con sus grandes éxitos que me llevó un día a exclamar aquí, he leído varios libros sobre él, sé tocar con la guitarra no menos de una docena de canciones suyas, compré el CD de «Blonde on Blonde» en algún momento del siglo pasado, me lo he encontrado en los sitios más inesperados (por ejemplo, en la banda sonora de «Lost in Translation») y, sin embargo, no conozco a Dylan.

Digo que no lo conozco no porque no haya tenido la oportunidad de verlo en persona (que podía haberlo hecho fácilmente, aunque a distancia, cuando tocó en mi ciudad), sino porque no conozco gran parte de su obra. Me sé muchos títulos de canciones que no he escuchado nunca. Hay incluso casos más extraños: probablemente la canción con letra más larga que sé tocar de memoria es «Desolation Row», pero la aprendí a partir de una tablatura después de escucharla sólo una vez; cuando, en tiempos ya de mulas, me la bajé para volver a escucharla, descubrí que se parecía muy poco a lo que yo tocaba. De la misma manera que no conozco «Desolation Row», no conozco a Dylan.

Tampoco es raro. Mi conocimiento no tiene lagunas: tiene océanos. Y la verdad es que están bien como están: qué sería de la tierra sin mar. Seguro que me pierdo mucho, como me pierdo tantas cosas, pero la geografía de lo hermoso es más vasta de lo que abarca una vida. Y además no siempre se trata de conocer más lugares, de conocer a lo ancho. Siempre he pensado que un solo sitio, una sola persona, pueden llenar una vida. Conocer a lo profundo. Volver a escuchar otra vez una canción escuchada mil veces en vez de escuchar una nueva no es necesariamente una pérdida de tiempo. Aunque así nunca llegue a conocer a Dylan.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
11:46 p. m. | Comentarios (5)