Escritos sobre música


Powered by Blogger

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

Todas las canciones son Blues

~ miércoles, mayo 01, 2019 ~


Crónica del concierto de Bob Dylan en el Pabellón Adolfo Suárez de Gijón el 28 de abril de 2019


No fui a verle en 1993 ni en 1999, las primeras veces que actuó en mi ciudad: yo ya era fan, pero me parecía que estaba acabado. Claro, luego hizo esa maravilla que es Modern Times... Esta vez acudí porque me parecía criminal tener una oportunidad así, de ver a uno de mis artistas favoritos, un artista decisivo en la historia de la música, y perdérmelo. Y porque tenía con quién ir.

Se llenó el Pabellón de gente entre divertida y asombrada de saber que no podía hacer fotos durante el concierto. Yo, ciertamente, eché de menos tirar alguna foto, aunque quizás me haya venido bien...

Ver a Dylan a estas alturas es probablemente ver a alguien que tiene poco que ver con el de los 60, los 70 o incluso los 80. Ahora me da la sensación de que interpreta todas las canciones en una misma línea: como si fuesen alguna variación de Blues, ejecutadas en cierto modo con esa libertad del jazz que en realidad resulta casi formulaica.

Empezó con Times Have Changed, cambiada, pero no tanto como la segunda, It ain't me. Es como si hubiese borrado cualquier atisbo de folk. No sé si se puede decir que es la misma canción: cuando se cambia tanto un arreglo, ¿sigue siendo el mismo tema? Pasó en muchas ocasiones y no es que estuvieran mal los nuevos trajes, pero yo debo de ser muy básico porque me gustan los originales.

Puede que sea que Dylan está aburrido de aquellos sonidos. Quizás también que ya no pueda hacer aquellas melodías: ahora casi todas son frases entrecortadas, lanzadas con ese fraseo de profeta que nos está descubriendo un mundo que no conocemos. Y lo asombroso es que debe estar viéndolo en su cabeza: no me dio la sensación de que estuviese leyendo las letras.

Se pasó casi todo el tiempo detrás del piano, incluso tocando la armónica, pero me sorprendió cuando se levantó cogió el pie de micro y lo inclinó para cantar: a ratos, ese anciano de casi 80 años que parece no tener fuerza para aguantar una guitarra, me recordaba a un niño jugando ante el espejo a ser frontman de una banda de rock...

La banda, sin embargo, sonaba contenida, acolchada detrás de su voz (que de todas formas me sorprendió por lo clara que se oía). Curioso fue también que entre canción y canción no dejaban silencio: probaban sus instrumentos (no sé cuántas guitarras utilizó Charlie Sexton; a la quinta canción y quinta guitarra, dejé de contar) o, si no, el batería, George Receli, daba golpes como para luchar contra el vacío y, en un momento dado, casi sin avisar, comenzaban el siguiente tema. Me disgustaba que a veces los finales me caían un poco precipitados...

El bajista, Tony Garnier, me gustó mucho más con el contrabajo que con el bajo eléctrico, que estaba demasiado apagado. Pero con el contrabajo, tanto con dedos como con arco, espectacular. Donnie Herron estaba casi todo el tiempo creando ambiente con el pedal steel, aunque también tocó el banjo y el violín.

La música parecía mejor concebida para locales pequeños que para un pabellón. Sólo se concedió un poco a los tópicos del rock de estadio en el estribillo de Like a Rolling Stone, con una batería a negras, justo después de hacer un puente casi sin batería.

Tocó algunas canciones del último disco, Tempest, que yo no conocía. De la antes mencionada obra maestra Modern Times, sólo tocó Thunder on the Mountain, nuevamente cambiando el riff principal de la canción y hasta la armonía, introduciendo un nuevo acorde. Sonó Blowing in the Wind, pero faltaron muchos clásicos: tiene demasiados.

Al final, Dylan saludó varias veces. No se dirigió nunca al público, pero tampoco pareció hosco: simplemente estaba concentrado en la música.

En definitiva, ver a Dylan es como ver La Mona Lisa: algo que hay que hacer si tienes la oportunidad, pero que nunca está a la altura de la leyenda porque es demasiado inmensa.

Por ser Dylan quien es, estoy haciendo esta crónica, pero creo que es injusto no haberla hecho del concierto de Íñigo Coppel una semana antes en el Libertad, 8 de Madrid: porque puede que no vaya a cambiar la historia, pero la verdad es que con Coppel lloré y reí y viví la música con una intensidad que merecería una mejor reseña. Quede aquí a modo de recuerdo.

Etiquetas: , ,

Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
1:37 p. m.

Comentarios (0)

<< Home