Escritos sobre música





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The Seattle Experience

~ domingo, abril 15, 2007 ~

Parte I: Hype

Hace unos años asistí a una proyección en el Festival Internacional de Cine de Gijón de una película titulada «Hype», una palabra cuyo significado, «promoción exagerada, bombo», desconocía por entonces y escuché mucho después. La película hablaba de los grupos de Seattle en la explosión del grunge. El director dijo antes de la proyección que acababa de llegar a Gijón y que le había dado la impresión de que era una ciudad muy parecida a Seattle: industrial y con muchos días grises. Por eso tal vez, comentó, también aquí había muchos grupos, como allí, porque había pocas cosas más que hacer un día de lluvia que ponerse a meter ruido esperando que parase de caer agua.

A mí, la verdad, nunca me atrajo el grunge ni el Xixon Sound y, tras esa introducción, nunca creí que fuera a visitar Seattle en mi vida... Pero un viaje de trabajo me llevó allí esta Semana Santa.

Sabía poco de la ciudad. Sabía que por aquellos lares, en Redmon, estaba la sede de Microsoft. Sabía que aparecía en el título de una película que me hizo reír, «Sleepless in Seattle». Y sabía que de allí eran Nirvana y Pearl Jam y todos aquellos grupos que aparecían en la película. En realidad, no hay mucho más. La mayor atracción es el Space Needle, una especie de Pirulí que hicieron para una exposición universal.... Pero a la sombra de esa torre, hay un museo.

Parte II: ¿Qué se puede hacer con un hombre que llora en un museo de guitarras?

Se llama Experience the Music Project (el enlace es a la página oficial, pero me gusta más en la Wikipedia) y el que puso el dinero para su construcción fue Paul Allen, uno de los fundadores de Microsoft. El edificio tiene las formas y los materiales inconfundibles de las obras de Frank Gehry, dicen que inspirado en una guitarra eléctrica machacada... y la inspiración le falló porque no impresiona como el Guggenheim de Bilbao.

Dentro hay guitarras eléctricas machadas: las de Jimmy Hendrix, que nació en Seattle. Sí, allí está un fragmento de la guitarra, llena de dibujos hechos por él, que destrozó en Monterrey. Y un montón más de recuerdos: letras manuscritas, ropas de la época hippie, la mesa de mezclas de los Electric Ladyland Studios...

También hay otra muestra dedicada al resto de músicos de Seattle. Yo sabía lo de Nivana y Pear Jam, pero no sabía que también eran de allí gente tan distinta como Alice in Chains, The Presidents of the United States of America, Heart (de los que hablé aquí), Queensrÿche (escuché mucho su «Operation: Mindcrime», aunque ahora soy incapaz de recordar una canción) y The Posies, que son una de las principales influencias de Marienbad, aunque yo no los haya escuchado. Por cierto, no los conocía de nada, pero me gustó mucho un vídeo de un grupo de heavy-de-toda-la-vida, Rail, que he estado buscando por Internet. Creo que era este.

Probablemente lo más original del museo sea que tiene una sección para experimentar la música: hay un escenario donde puedes hacer playback y sentirte como una estrella del rock y hay una zona donde tienen instrumentos para que pruebes a tocarlos, que veas cómo funcionan los distintos pedales, que puedas hacer mezclas de una grabación y hasta puedas jugar a hacer scratching. Yo me estaba muriendo de ganas de tocar, pero no tenía tiempo: me estaban esperando un español, un portugués, un alemán y una francesa, y no es un chiste. Tampoco pude escuchar la escultura hecha de más de 500 instrumentos que está a la entrada del museo. Casi todo mi tiempo allí lo dediqué a una sala: la galería de guitarras.

Nunca he sido uno de esos locos de las guitarras que reconocen las más pequeñas variaciones en el clavijero de una Gibson. Sin embargo, entré en la galería, empecé a leer la historia de las guitarras y... acabé llorando, allí, en el frío y la penumbra, como un auténtico gilipollas sentimental. No sé por qué. No fue por admiración reverencial hacia los instrumentos. Creo que me emocionó pensar en todos los hombres que los diseñaron, que trabajaron tantas horas, que seguro que soñaron con ellas y que seguro que se desvelaron con los problemas que no lograban solucionar, todo por conseguir un instrumento que sonase mejor, o sólo más fuerte: los soñadores que han hecho la historia sin que nunca se hable de ellos en las clases de educación secundaria, tantos hombres en tantos campos, tantos muertos que un día fueron inocentes y audaces, tantos sin los que los reyes, los ministros y los generales que siempre tienen cuadro y biografía en los libros de texto no sería nada, tantos necesarios incluso para que esos pintores, y los arquitectos, y los músicos, hicieran su arte...

Es una historia apasionante. En la libreta que suelo llevar a los museos para tomar nota de las obras que más me gustan y poder luego disfrutar del recuerdo, apunté que la guitarra acústica fue inventada por Martin en 1897, con 7 cuerdas de acero en vez de cuerdas de tripa. En 1880 apareció la steel guitar en Hawai. Yo había estado buscando un slide de cerámica para Dani, pero allí aprendí que al principio las tocaban con peines o cachas de navajas. Aprendí que Dobro viene de Dopyera Brothers, que la primera eléctrica fue una lap guitar de Rickenbacker en 1934 y que no le daban la patente porque decían que funcionaba igual que el teléfono; que Charlie Christiansen fue el primer guitar hero eléctrico, en 1938 con una Gibson ES-150; que la primera eléctrica de cuerpo sólido fue la ViviTone y que en 1940 Rickenbacker inventó la palanca de vibrato. Pude ver una Fender Broadcaster, que es el nombre original de la Telecaster: decían que era el modelo "T" de guitarras, es decir, el equivalente a aquel coche de Ford que permitió la popularización de los automóviles gracias a la producción en cadena. Y la Stratocaster se llama así porque es una guitarra de la estratosfera. Pude ver un prototipo de Flying V de 1957 y un pedal Cry Wah de 1960. También una Rickenbacker 360 12 Deluxe que había tocado Roger McGuinn en 1964. Llegaban hasta las guitarras más modernas: la Wright SoloEtte de 1996, que era aquella guitarra sin cuerpo que tocaba Antonio Vega de la que hablé aquí, o la Parker Fly Artist de 1992 que, gracias a una pastilla piezoeléctrica, puede sonar como una acústica o como una eléctrica.

También tenían una sección para los bajos. Había un Mando Bass de Gibson que era como una enorme mandolina. Un Audiovox de 1935 se considera que es el primer bajo eléctrico existente, mucho antes de los Precission de Fender, incluso antes de lo que fue uno de los primeros intentos de electrificar el contrabajo: el Vega Electric de 1936...

En la galería había una gran pantalla con solos de guitarristas que iban de Andrés Segovia a Jeff Beck. Me sorprendió una mujer guitarrista de la que no había oído hablar nunca, Mary Osborne, que es de la época de Charlie Christiansen. Y de entre todos los solos, hubo uno que me hizo esperar a que se repitiese el vídeo para ver quién era: Roy Buchanan. Creo que era precisamente esta canción, pero tocada todavía de manera mucho más dulce:



No hay nada como estar allí viéndolo, pero en esta presentación en flash tenéis imágenes y la historia de alguno de los instrumentos que se podían ver allí.

Fue toda una experiencia. The Seattle Experience.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
11:20 a. m. | Comentarios (8)