Escritos sobre música





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Chapinería Brillante

~ lunes, septiembre 27, 2021 ~

Esto no es una crónica del Festival Brillante de Chapinería, básicamente porque sólo pude ir a día y medio de los tres días por motivos de trabajo: será una crónica de lo que fui.

Lo primero, en el viaje nos pilló una DANA y tuvimos que parar en la autopista porque no se veía nada. Muy peligroso. Afortunadamente, no hubo que lamentar daños.

Llegamos el viernes por la noche y nos dimos una vuelta por el pueblo. Había más gente de lo habitual, pero la mayor parte ya estaría en el escenario principal.

Al día siguiente nos habíamos apuntado a una actividad singular: un concierto de Alondra Bentley precedido por una senda guiada por la gente de la Casa del Águila. El camino por los alrededores del pueblo fue muy agradable y realmente es una experiencia que no habíamos vivido nunca el llegar, de repente, a unas rocas en medio del campo y encontrarnos un concierto para nosotros. Éramos muy pocos (no sé si alcanzábamos la veintena). Hubo gente que se enfadó ante lo reducido del aforo, yo creo que con algo de razón, porque si pones que en un festival toca alguien y luego sólo pueden verlo 20 personas, es un poco engañoso. Entiendo que se hizo con el mayor de los cariños, pero también entiendo a los que se quedaron fuera. El caso es que fue una gozada escuchar en medio del campo a Alondra y Nacho con una guitarra, una melódica y un xilófono empastando sus bonitas voces.

Casi nos pilla la lluvia, que había obligado a cancelar algún concierto el día anterior, pero, quizás gracias al canto que nos enseñó Alondra ("Rain, rain, go away, come again another day"), fueron sólo cuatro gotas. Pasamos entonces por el escenario en la plaza del ayuntamiento y estaba acabando Marta Knight. Una pena porque su voz prometía: tiene esa aspereza dulce que me recordaba a la de la cantante de The Cardigans.

Nos fuimos al escenario del Palacio de la Sagra. Mientras esperábamos para entrar, nos zampamos un bocadillo de calamares: se supone que el Brillante del nombre del festival va por eso, ¿no? Porque, la verdad, no tengo muy claro cómo un bar de calamares acaba promocionando un festival indie en un pueblo de la Sierra Oeste...

El aforo del escenario estaba también muy limitado: 100 personas. Eso sí: primer festival en el que se puede beber mientras ves los conciertos sentado.

Salieron Morreo, con un ordenador, una guitarra rosa y mucho humor. Pasamos un buen rato.

Luego fue el turno de Marcelo Criminal y yo no me podía creer lo que estaba viendo: tenía la sensación de encontrarme ante uno de mis alumnos cuando hace su primera presentación en público, con las manos en los bolsillos y mirando la pantalla del ordenador... Pues así, literalmente, cantaba Marcelo. No me quedó claro si sólo es tímido o si es parte de la performance, porque lo que sí me queda claro es que es autoconsciente, sabe reírse de sí mismo y tiene mucha retranca.

Pero voy a hacer un inciso para insistir en algo que ya comenté en el festival anterior y que aquí llegó al máximo: yo no acabo de ver lo de cantar acompañado de unas bases disparadas por un ordenador como un concierto. Para mí eso es karaoke. Pero parece que es la línea actual. Entiendo que en estos tiempos de grabar discos tú solo con tu ordenador en casa y de presupuestos limitados para los conciertos, pueda ser un apaño, pero espero que no se convierta en una costumbre.

Nos fuimos a echar la siesta antes de encaminarnos al Escenario Mirador. Este es un recinto más tradicional para un festival. Tenía sillas para ver los conciertos y otras con mesas para consumir, desde las que, al contrario que anteriores festivales, se podía también ver el escenario.

La primera artista a la que vimos fue a Soleá Morente. Musicazos y una propuesta que parecía querer actualizar músicas tradicionales. Estuvo bien pero no me enamoró la voz de Soleá.

A continuación salieron Derby Motoreta's Burrito Kachimba. Esta vez, al contrario que en el Sonorama, vi el concierto entero. Sonaron peor y en algún momento se me hizo un poco largo, pero creo que cualquiera al que le guste el rock setentero tiene que verlos. Claro, la voz es muy particular e imagino que a mucha gente esa forma de cantar no le gustará, pero a mí esta segunda vez me encajó mejor y aprecio que añadan esa personalidad de mezclar dos tradiciones y hacerlo tan bien.

Por fin llegó la hora de los cabeza de cartel del día: Los Planetas. Llamaron al formato que emplearon, sólo piano, voz y dos guitarras, "concierto esencial". Yo no conozco casi su discografía y me siguió costando trabajo, sobre todo al principio, entender la voz de J y no me convenció el sonido del piano. A mitad del concierto, además, tuve que irme a buscar algo de abrigo porque la noche chapinera se había puesto muy fría. No sé qué pensarían los fans, pero por lo menos fue algo curioso, probablemente también haciendo de la necesidad virtud por estos tiempos pandémicos.

Por cierto, que quiero comentar algo: tuvimos que cambiarnos de sitio tras los Burrito Kachimba porque nos habían tocado en las filas de delante los egoístas de turno. Yo entiendo que haya gente que tenga una opinión distinta a la mía sobre lo que deberían dejar hacer o no hacer en los festivales, pero si hay unas normas y está todo el mundo respetándolas, esa gente no tiene derecho a saltártelas para disfrutar a costa de los demás: cuando esas personas se levantaban, yo no veía. Y en este festival en el que no había ningún problema en apartarse un poco y bailar a tu bola, no había excusa para molestar. Pero me temo que estos borrachos serían igual de incómodos en un concierto tradicional, de esos que te empujan durante todo el concierto y ni se disculpan. Eso sí, lo de coger la silla y agitarla, llegando a pegarle en la cabeza (involuntariamente) a su mujer merecía que a uno de ellos le hubiesen echado.

No teníamos entrada para el día siguiente, pero como los conciertos en la plaza se podían disfrutar desde la terraza del bar, eso hicimos. Vimos a El Buen Hijo, que me recordaron a los grupos del Donosti Sound o al pop ochentero, aunque mucho mejor interpretado.

Los siguientes fueron La Paloma, que también sonaron muy bien y estaban inspirados por sonidos de los 80 y 90, en este caso escorados al noise pop, aunque también me recordaban a la new wave. Me dio la impresión de que en las letras había ganas de decir cosas.

Era curioso ver vacío el recinto cerrado en el centro de la plaza con sillas sólo para los que tenían entrada del festival, mientras todo alrededor estaba la gente tomando algo y bailando. Nosotros nos calzamos unas tapas muy buenas en el mesón La Plaza. Yo quiero más festivales así: que puedas descubrir nuevos grupos mientras disfrutas de la gastronomía. Ya sé que no es muy rock, pero a mi edad...

Por último, actuaron Chavales. Nuevamente, sonidos inspirados en los 80, esta vez de la vena del tecnopop y, al contrario de los dos anteriores que no llevaban grabaciones, con un ordenador como gran protagonista del sonido. Canciones divertidas como de primeros tiempos de la movida, pero yo sólo las vi para echarse unas risas y unos bailes. Y eso hicimos.

Una pregunta que me surgió: ¿qué escucha esta gente para hacer estas canciones? ¿Buscan en los grupos de los 80 o copian a los émulos actuales? ¿Están inspirados por Future Islands o quien sea a nivel internacional que ha rescatado esos sonidos o escuchan a los originales? Cuando veo a los jóvenes entregados a música que yo vi nacer me parece tan raro... Claro, tan raro como yo escuchando a Led Zepellin 20 años después, pero otros 30 años más tarde y de música más intrascendente como mucho del pop español de los 80 me parece más extraño...

Por cierto, las pintas del público estaban también muy inspiradas también en los 80, aunque con más bigotes que entonces.

En definitiva, lo pasamos muy bien. Enhorabuena a la organización y esperemos que esta no sea más que la primera edición.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
10:39 p. m. | Comentarios (0)

Uno de los mejores conciertos de mi vida: Silvia Pérez Cruz

~ jueves, septiembre 16, 2021 ~

He visto muchos conciertos en mi vida. Muchos. Ayer tuve la suerte de ver uno de los mejores: Silvia Pérez Cruz en el Auditorio de Oviedo. Por eso hoy quiero dejarlo por escrito.

Hace una semana vi a Lory Meyers en el mismo recinto y estuvieron muy bien. No son un grupo que haya escuchado mucho, pero varias de sus canciones me suenan de escucharlas por Aranda de Duero en el Sonorama. A Silvia Pérez Cruz la he seguido todavía menos: un par de días que quedé enganchado a vídeos suyos en YouTube... y nada más. Pero si los vídeos eran para quedarse enganchado, el concierto fue para quedarse hipnotizado: tanto talento junto, repartiendo arte casi como una broma...

Verla a ella es sentir que ha nacido para eso, para entregar al mundo una forma única de ser, pero que al mismo tiempo sirva de medium para conectar con la belleza. La voz es un instrumento y ella la conecta con su alma y da la sensación de poder expresar lo que quiera. Cuando presentaba las canciones o los músicos, transmitía alegría, aunque estuviese tratando de canciones con un gran fondo de tristeza. Sí, su música es una sublimación de la tristeza para llegar a la belleza.

Y los músicos que la acompañaban tienen pinta de ser de la misma pasta: gente destinada a lo suyo, con la misma maestría que ella para poder extraer de su instrumento lo que les diese la gana. Con sus ropas diseñadas por ellos mismos, incluyendo la llamativa falda del violinista que a mí me hacía pensar en los derviches, distribuían talento en cada sonido.

Era increíble verlos a todos juntos: a veces sin mirarse, a veces mirándose a los ojos, pero siempre totalmente conectados, coincidiendo en principios de manera asombrosa, subiendo y bajando la dinámica siguiendo un hilo invisible que debía de salir de Silvia y pasaba por todos...

He buscado para quede reflejado aquí el nombre de todos los músicos: Marco Mezquida (piano y teclados), Aleix Tobias (percusión), Bori Albero (contrabajo), Carlos Montfort (violín) y Alfred Artigas (guitarra). Nunca había visto tocar el violín así; me fascinaba la facilidad con la que el contrabajo hacía melodías y cantaba con Silvia; la percusión me pareció tan cautivante como aquella de Borja Barrueta que me hizo llorar y, como pianista aprendiz, no podía creer la facilidad con la que las manos de Marco recorrían el piano.

En fin, en realidad, no hay palabras.


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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
10:18 p. m. | Comentarios (0)