Escritos sobre música


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Conciertos que me hacen desear morirme

~ sábado, mayo 03, 2025 ~

Crónica del concierto de Alba Armengou Trío en la sala E.T.S de Naútica de Santander el 2/Mayo/2025

No sé si le pasa a otra gente, pero a mí, cuando siento una felicidad muy grande (no voy a poner ejemplos por si hay niños leyendo), me dan ganas de morirme. Es como dice esa canción de Talking Heads que versionearon en español Esclarecidos: "Es duro imaginar / que nada pueda ser / ni tan excitante / ni tan fuerte". Quizás es lo que dicen que sintió Stendhal en Florencia. Imagino que si me pasa a mí, le pasará a otros seres humanos: ninguno somos tan raros en nada.

Y ayer me volvió a pasar. Fue en el concierto de Alba Armengou Trío en la Escuela Técnica Superior de Naútica de Santander.

Fue desde el primer momento: empezaron con una canción a capela y escuchar sólo sus voces tan perfectamente empastadas, hablándonos directamente al corazón, ya me aceleró el latido. Luego Alba, que se había descalzado nada más entrar al escenario, contó que eran unas décimas que había compuesto el percusionista, Tramel Levalle, para introducir los conciertos. ¡Vaya acierto!

Fue todo así, no en las formas, sino en el sentimiento. Sólo tres personas, sólo tres músicos, pero hicieron muchas cosas distintas. Hicieron canciones en español, en portugués y en catalán, y creo que hasta una con mezcla de portugués y francés. Hicieron bossa, samba, boleros y canciones propias que están en una intersección que no sé nombrar entre la música latinoamerica, el jazz, el pop y la canción de autor. Hay en su genealogía Jorge Drexler, Silvia Pérez Cruz, Omara Portuondo, Djavan, Caetano Veloso, Bessie Smith y tanta, tanta otra música que seguro que yo desconozco: una de las cosas que me sorprenden es que cogen versiones de artistas que a veces conozco bastante pero no son sus canciones más obvias.

Me pregunto ahora mientras escribo porque estoy intentando aplicar etiquetas. No lo sé. No son necesarias. Pero siento que también hay comunicación en encontrarnos en referencias comunes, y quiero resaltarlo, y también el regalo que es que me descubran bellezas que no conocía...

Hubo un momento en el que Alba dijo: "Es una canción de amor, como todas". Más tarde tocaron "El niño caníbal" y nos echamos unas risas. Y las risas también son amor.

Creo que nunca he sentido más que hoy eso de que "escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura": no tengo el arte para capturar lo que viví ayer. Quizás eso es lo que estoy intentando y es inútil. O quizás no, porque Cortázar o Muñoz Molina consiguen algo muy bello cuando hablan de música. Aunque no sé si realmente transmiten lo que sienten... Pero yo tengo la necesidad de compartirlo; con mi yo del futuro, para que no se me olvide, pero también me gustaría compartirlo con ellos, con los intérpretes: se acercó mucha gente a comprarles discos y vi a varias mujeres decirles algo como lo que yo quería decirles, que aquello había sido muy bonito, como lo que les dije con un par de palabras para no robarles tiempo. Creo que los que nos acercamos a comprar los discos y a que nos los firmasen era porque queríamos devolverles algo de lo que nos habían dado. Yo al menos lo siento así: aplaudir me parece poco, me gustaría gritarles, quería haberme levantado, pero, al mismo tiempo, quiero desaparecer, no ser un individuo que llama la atención, porque no soy más que nadie, sólo quiero que sientan mi cariño, mi agradecimiento, que sepan que me han tocado, que he sentido eso que también está capturado en la canción con la que acabaron en el único bis, "Los aretes de la luna": que son "privilegios que agradezco al cielo", que sepan que hacen el mundo mejor, mucho mejor, que ayudan a otros seres humanos con su arte...

Les compré los dos discos. Quiero que sigan haciendo eso que hacen. El precio del concierto me pareció ridículo comparado con lo que recibí: voy a tantos otros conciertos muchísimo más caros de los que no recibo ni una décima parte... Por lo que sea, es difícil que esta música llegue a ser masiva y, además, no está hecha para estadios: disfrutarla así, en un recinto reducido, es la mejor manera.

Ah, y quiero resaltar también que parte de la falta de aliento que me produce por momentos verlos y escucharlos es saber que, en estos tiempos de tecnología omnipresente, lo principal de lo que estaba viendo eran seres humanos con muy pocos filtros. Sí, están los micrófonos, los amplificadores, los altavoces, la acústica de la sala (y sonó de lujo a pesar de que casi no tuvieron tiempo para la prueba por un problema con sus vuelos), pero no hay claquetas, no hay música pregrabada, no hay autotunes, ni como efecto, que no me gusta, ni como forma de filtrar imperfecciones: estoy seguro de que su afinación no es matemáticamente perfecta, pero si lo fuese, sería peor. Es artísticamente perfecta, humanamente perfecta. Y lo mismo con su ritmo.

Y es tan difícil eso que hacen. Son virtuosos, los tres.

Vicente López toca la guitarra con un toque impoluto, escoge los acordes perfectos, juega con los fraseos, los arpegios, los rasgados, los armónicos, para aportar a la canción y a la conversación. Se lució en particular en la versión de "Contigo en la distancia" y yo sentí que hubiera debido haber un aplauso al final de su solo. Me dio la sensación de que si no se dio fue por pudor del público, que escuchaba las canciones con el silencio reverencial de la música clásica. Conseguí decirle una frase a Vicente cuando estaban firmando discos. Espero que le llegase.

Tramel Levalle toca la percusión con una precisión impresionante. Me recordó a alguno de los mejores percusionistas que he visto en mi vida. Yo soy un hombre muy básico en cuanto a mis gustos con la percusión: me gusta la batería tradicional y la percusión por otro lado, o la percusión múltiple sin batería de la música cubana. El set mezclando cajón, charles, caja y platos me parece, a priori, algo a medio camino entre varias cosas que no me convence. Pero cuando se tiene el buen gusto de Tramel, no tengo más que admiración y agradecimiento: no había un golpe que no embelleciese el conjunto, no había absolutamente nada a medio camino, no faltaba nada, no sobraba nada, no había un desequilibrio entre las partes más llenas y las más vacías; todo, todo estaba en su punto.

También es increíble con ese instrumento que toca, la kalimba, creo que se llama. Le veo ahí con sus pulgares sobre el instrumento y parece un joven tecleando en un móvil. Pero no: es un joven creando belleza. Contó que su padre tenía una colección de estos instrumentos. Me hizo pensar que esta gente que tiene tanto arte tiene que tenerlo desde los genes y desde la cuna. Por cierto, me cuesta identificar el origen de Tramel: tiene un acento que a mí se me antoja canario, pero no sé.

Además de instrumentos de percusión, también tocó en una canción la guitarra y cantó mucho, a veces en solitario y a veces a dúo con Alba. Su voz, aunque particular, me recuerda a Drexler, sobre todo al de los primeros discos. Por cierto, hicieron una versión suya, "Madera de deriva", que yo no conocía o no recordaba haber escuchado, aunque creo que he escuchado todos los discos del uruguayo.

Y Alba, claro. Me molesta un poco destacarla porque siento que realmente lo que se mostró fue el resultado de los tres, pero es imposible no apreciar cómo ella está en el centro, es el eje que lo une todo. Yo, ya lo he dicho, soy un hombre muy básico: me cuesta trabajo apreciar la música sin voz. Me gustan muchos instrumentos, pero la voz me parece el mejor de todos. Porque es realmente sólo humano. Y porque, además, permite el lenguaje articulado.

Al final, cada voz es distinta porque el instrumento, el cuerpo del ser humano que la produce, es distinto. Es, quizás, mi  mayor drama: pensar que da igual lo que estudie técnica vocal; soy como un saxofón abollado y agujereado que nunca podrá sonar bien porque tiene la caja de resonancia averiada.

E igual que hay violines en los la confluencia de las maderas, los barnices, la construcción los hace mágicos, así ocurre con la voz de Alba: como un Stradivarius, su timbre tiene una resonancia especial. Su voz tiene una suavidad que apacigua las heridas del alma. Y cuando canta, en cualquier idioma, su dicción es... jugosa... No sé cómo definirlo, me vuelven a faltar las palabras... Me pasa como con Ellis Regina en "Dois pra lá, dois pra cá", ya no son sólo las notas, son los propios fonemas los que son bellos.

Y, claro, como sus compañeros, es una virtuosa, no sólo una cantante, sino una música en el más amplio de los sentidos. Tocó también un teclado haciendo bajos (por cierto, lo único que eché en falta en todo el concierto fue un bajo en alguna samba más animada) y tocó en tres o cuatro canciones la trompeta. Ya tuve que escribir por aquí mi fascinación con la voz de su trompeta, pero tengo que volver a resaltarlo. Tengo que ver algún vídeo sobre cómo se toca la trompeta, porque no me puedo imaginar cómo puede conseguir con sólo tres "teclas" -o como se llame eso que pulsa- tantas notas distintas y tantas formas de articular las notas. Imagino que la magia estará en la embocadura o en que no funcionan de manera digital sino analógica; quiero decir que, como los instrumentos sin traste, se puede tocar todo el rango de frecuencias entre dos notas. No sé, pero después de más de 50 años, escucharla a ella me ha despertado esa curiosidad, tanta es la fascinación que me ha producido. Y me gustaría saber qué pasa por su cabeza cuando solea, cuánto es improvisación y cuánto escrito...

Creo que llevo horas escribiendo. Me estoy cansando e imagino que habré cansado a quien me esté leyendo, si hay alguien. Este escrito también debe morir porque yo ya no puedo hacer nada mejor.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
1:59 p. m.

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