Escritos sobre música





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Un agujero en el cielo

~ domingo, agosto 25, 2013 ~

Hoy he vuelto a escuchar uno de esos discos que ha marcado mi vida: "Un agujero en el cielo", y he necesitado hablar de él.

Que un disco recopilatorio sea tu favorito de un artista probablemente demuestra falta de criterio, y más si estamos hablando de gente como Esclarecidos, que creo que entendían cada disco como una obra conjunta y no sólo una colección de canciones. Pero a mí no me gusta el arte, ni siquiera la música: a mí lo que de verdad me gustan son las canciones.

Estas llegaron a mi vida en un CD de portada blanca con el dibujo de una silla en extraño equilibrio sobre unas pinceladas azules y aunque llegaron todas juntas, yo las fui dejando pasar poco a poco. A algunas las dejé quedarse a vivir para siempre y ya no podría vivir sin ellas, porque yo, lo que sea que soy yo, no existe sin ellas; otras tienen las llaves para volver cuando quieran; pero también hay algunas que no quiero volver a ver.

Creo que las primeras invitadas fueron dos canciones que ya conocía: Por amor al comercio y Arponera. Empecemos por la primera porque es precisamente por la que me ha dado por volver a poner el disco hoy: uno de los objetivos de mi irrelevante vida es aprender a tocarla al piano y lo suelo intentar siempre cada vez que me siento frente a las teclas.

Por amor al comercio es una canción pop que tiene arreglos de música clásica: el centro son unos arpegios de piano arropados por las cuerdas y un bajo que, por una vez, en lugar de apoyarse en la batería, se apoya en el piano. Tal vez a alguien le pueda parecer cursi o le pueda resultar excesiva la grandilocuencia y la reverb. Yo opino que es belleza pura, y siento no poder expresarlo de una manera menos cursi y sin utilizar un adjetivo tan vacío como "pura". Podría utilizar "total", "perfecta" o cualquier otra variación. En el fondo, lo que quiero decir es que tengo la sensación de encontrar directamente con una de esas Ideas que imaginó Platón, no con las sombras de la caverna, sino con la-cosa-en-sí a lo Kant. Y perdón por pasar de la cursilería a la pedantería.

Sea lo que se sea, lo que quiero decir es que me conmueve. Y probablemente sea porque encima de ese colchón almibarado aparece la voz de Cristina Lliso, con un punto lacerante, metálico, que choca con la blandura de la música pero que es lo que hace finalmente que las palabras dejen de ser meros artificios para atravesar el corazón o, sin tanta metáfora manida, para causar en el cerebro que se produzcan emociones que a través del sistema nervioso pasen a todo el cuerpo.

Sólo esa voz puede pronunciar esas palabras, de una poética contemporánea, irónica, que sin embargo no deja de decir lo que han dicho todos los poetas desde que existen: que hay dolores muy grandes.

Me encanta que en medio de la grandilocuencia se hagan chistes jugando con los silencios de la melodía que yo imagino como encabalgamientos en los versos que nunca son una canción cantada pero que de alguna manera hay que transcribir:

El dolor de cabeza que me protege cada noche,
que me nubla la vista y me quita las ganas de beber,
de beber fantasías excitantes
y nada más excitante que trabajar
en tus caricias.


Y luego el estribillo que también toma distancia irónica y dice que el sujeto de la canción va a cruzar un puente y va a cuidar ese dolor «por amor al comercio» y no porque, como descubre la siguiente estrofa, el sujeto no existe, sólo campa por ahí, sin el sujeto objeto de las caricias.

Me estoy sintiendo gilipollas: parece que quiero explicar un chiste, cosa que nunca debe hacerse. Pero tal vez yo también escribo por amor al comercio, inevitablemente, porque no soy si no intento cruzar el puente hacia ti, lector, si existes.

Esta sensación de estar haciendo el tonto me viene muy bien para enlazar con la siguiente canción, Arponera: nunca olvidaré el día, ya muy lejano (todavía vivía en casa de mis padres, así que han pasado mínimo 13 años), en el que se la puse a un amigo al que aprecio muchísimo y con el que he compartido mucha música, intentando en aquella tarde compartir con él mi fascinación por la canción; pero mientras escuchábamos las ondas que salían de los altavoces de la cadena Philips yo sentía que no era para tanto, que ese sobrecogimiento que me provocaba cuando la escuchaba a solas, encerrado en los cascos, era inmerecido y que era lógico que él, como ocurrió, no lo sintiera. Entonces aprendí a no intentar compartir, no por ruin tacañería, sino porque hay algo incompartible que, además, se puede perder fácilmente en balde, sin que nadie lo gane a cambio. Tal vez «en mi soledad veo cosas muy claras que no son verdad», pero si esas cosas son la belleza, aunque sea mentira —no, probablemente no sea la Idea de Platón, sino sólo sombras—, mientras no haga daño a nadie, mejor conservarlas.

Pero aquí estoy, explicando el chiste, intentando compartir, por amor al comercio, por locura o porque los seres humanos somos así, o yo al menos...

Hoy, pasado el escozor de aquella lejana decepción, Arponera me sigue pareciendo una canción hermosísima. La metáfora feliz del título, en la voz de ser inaccesible de Cristina Lliso, con su pronunciación de Giblartar extranjerizante, captura perfectamente la necesidad de pescar los sentimientos de otros, ese fantástico ámbar gris de los cachalotes que yo no sabría que existía si no fuese por la canción.

Entremedias de estas dos canciones, que son la 11 y la 13 del CD, hay una tercera que solía escuchar en aquellos tiempos: Unas congas y un café. Me parece una obra menor comparada con estas dos obras maestras, pero me sigue seduciendo, empezando por la armonía, que no sé analizar, y ese «como tú no me ha tocado nadie, nadie, nadie...» que captura un momento casi de porno con jazz de fondo, un momento de los años 80, una producción que ahora puede sonar tan desfasada como los cardados de aquella década, pero que en el fondo no deja de reflejar una pulsión humana ajena a modas. Y me gustan también mucho estas dos imágenes: «la música callará el ruido de la calle» y «por la noche, cuando la luz se cae de techo»...

No estoy seguro, pero creo que las dos siguientes canciones a las que acogí para toda la vida fueron las dos primeras del disco. Si no me equivoco (podría comprobarlo en Internet pero no quiero perder el flujo que después de tanto tiempo me lleva a escribir a pesar de la conciencia de la futilidad de este acto) son las dos únicas canciones que grabaron ex profeso para el disco.

Empecemos por la que da título y abre el álbum: Un agujero en el cielo. Creo que ya he hablado aquí de la fascinación que me produce la batería inicial. Cualquiera que la escuche puede escuchar un sencillo 4x4. Sí, no es más que eso. No hay ritmos raros sobre el papel, no hay malabarismos reservados a unos pocos virtuosos y, sin embargo, es una de mis baterías preferidas de toda la música que conozco por una razón: me parece que respira, la siento como un ser humano, no un instrumento musical sino un corazón con la sístole del bombo y la diástole de la caja y la respiración del charles.

Luego entra un piano eléctrico con su sonido artificial que evoca perfectamente el cielo, un cielo moderno, de los tiempos de la electricidad, lo que en siglos pasados habría evocado un arpa.

Y luego llega la voz y la letra:

Nunca vuelvas a pensar
que lo nuestro
no tiene
solución,
porque vamos a excavar un agujero
en el cielo,

Nuevamente un juego irónico con aquello que parecía uno de los mayores problemas de la humanidad en aquellos tiempos: el agujero en la capa de ozono. Pero aquí ese agujero en el cielo se transforma en un refugio para dos amantes:

porque vamos a trepar tierra adentro,
vamos a luchar hasta caer muertos
y, al final, en la habitación sólo se escuchará el eco
de un jadeo

En medio de esa estrofa entra el bajo: curioso momento para aparecer. Y es también otro ser vivo y no sólo un instrumento.

Entonces, la historia que nos estaba contando la voz queda interrumpida por un interludio instrumental que empieza con un solo de saxofón, pero luego sigue haciendo una de las descripciones más sensuales e impresionistas de una relación sexual y amorosa que se han hecho:

y un suave perfume que sólo tú y yo sabremos
apreciar.

Con tan pocos elementos la canción consigue meternos en un momento en la vida de dos personas, sólo sugiriendo...

La otra canción grabada ex profeso para este CD es Cielo (Heaven), una versión de un original de Talking Heads que no conozco. Igual es todavía mejor, pero no me hace falta conocerla: la canción de Esclarecidos se aguanta sola. La letra tiene otro chiste: resulta que el cielo es un bar. Seguro que muchos se lo han imagino así. Es un bar al que todo el mundo intenta llegar, con una banda que toca tu canción.

Pero la canción habla de un drama: el cielo es un infierno, porque en el bar nunca pasa nada y, sobre todo, porque «es duro imaginar / que nada pueda ser / ni tan excitante / ni tan fuerte».

Por aquellos años yo estaba obsesionado con La vieja sirena de José Luis Sampedro, donde venía a decir que la muerte era lo que daba sentido a la vida: si el tiempo fuese infinito, no tendría sentido hacer nada porque nada importaría, todo podría dejarse para después porque siempre habría tiempo, todo se habría repetido de la misma forma infinitas veces porque el tiempo sería infinito, como apunta la canción. En aquellos años, llegó a consolarme esa idea de que es mejor que la vida sea finita. Ahora que no encuentro descanso dentro de este escepticismo vital que me inunda, ya no lo veo tan claro: sólo somos genes egoistas y todos los sentidos que veo en las canciones sé que no son más que trampas o subproductos de los mecanismos que esos genes ponen para perpetuarse, así que, en el fondo, da igual durar que no durar.

Y si hay que hablar de tristezas, hay una canción en el disco, ¿Por qué?, que contiene la frase que describe la tristeza más definitiva: «Es imposible volver a sonreír».

La música es amable, pero la letra, en las antípodas de otras letras de encuentro entre personas que he comentado hasta ahora, habla de la frustración porque todo no puede ser como ayer. Me gusta muchísimo el verso que dice: "¿Por qué no dejamos de hablar de culpables?". Curiosamente no me gustan los dos que le siguen:

Nadie es culpable de que no le guste el té
o de andar con los pies

Hay algo ripioso que no funciona. Pero la idea me parece que es importante: hay cosas que no admiten culpa, y muchas veces perdemos demasiado tiempo buscando culpables en lugar de mirar hacia adelante.

Pero luego, esa frase otra vez: «Es imposible volver a sonreír». Y en la vida a veces pasan cosas que me hacen pensar eso.

Me gustaría hablar de otras canciones, pero ya es muy tarde y esto es muy largo. Si otro día encuentro las ganas, hago una segunda parte. Hoy, a estas horas, mi soledad está acompañada por el sueño y las ganas de dormir me hacen ver más monstruos que belleza.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
2:23 a. m. | Comentarios (0)