Creí que de este concierto no haría crónica. Creí que iba a ser otro concierto más de la gira de
Daiquiri Blues. Y por eso estuve a punto de no ir; por eso, y porque el día antes había estado viendo a
Heart of Gold y necesitaba descansar. Pero una feliz incidencia me salvó:
Vega e
Iller me dijeron que iban a venir y había que aprovechar la oportunidad para vernos. Y si me acercaba hasta Oviedo, no ir al concierto ya sería criminal.
Compré la entrada el día antes, en segunda fila impares, penúltimo asiento. Estuve pensando en comprar en el anfiteatro, pero finalmente me decidí por butaca aunque estuviera muy esquinado: creo que fue un acierto, aparte de por poder disfrutar el concierto al lado de Vega e Iller (gracias a una pareja muy amable que me cambió el sitio, por cierto), porque después de ver el concierto de la Laboral y el de Santander desde lejos tenía la sensación de que la distancia física influía en la distancia emocional que me afectó en esas ocasiones.
Creía que iba a ser otro concierto más, empezando con
Daiquiri Blues, siguiendo con
Cuando estés en vena, etc. Pero Quique es muy listo: en lugar de hacer lo que ya había hecho dos veces este año en Asturias, salió él solo y empezó... ¡con
Groupies eléctricas! ¡Uff! Estaba al otro extremo del escenario con respecto a nosotros, pero tan cerca como si estuviésemos en una habitación diminuta. ¡Qué canción! ¡Casi la había olvidado! Hacía mucho que no la escuchaba; es el problema de estar por ahí escondida en un disco que no escucho. Pero es casi lo mejor de
Avería y Redención #7, como una obra de la que sólo tenemos un fragmento mal conservado pero así todo nos permite estar seguros de su maestría. (Vaya, parece que me repito porque acabo de recordar que ya tuve este sentimiento hace tiempo y lo dejé por escrito
aquí.)
Siguió al piano y creo que la siguiente fue
Rompeolas, una de las que estoy intentando yo últimamente con el teclado. Quique no estaba en su mejor momento de voz, pero daba igual porque lo importante era la desnudez, el riesgo, la verdad. Yo tenía literalmente la carne de gallina.
Luego se incorporaron Jacob con el contrabajo y Mario con el
pedal steel para hacer un
Permiso para aterrizar maravilloso, con el añadido del poema de García Montero,
Como vuelan tus manos, del cuerpo al piano, con ese mismo invierno que hiela las canciones....
Luego Mario tomó la mandolina para interpretar
Día de feria y
Palomas en la quinta. Fue como volver a un tiempo que creí que no volvería, a aquellas giras post-Kamikazes con Carlos Raya y Eduardo Ortega, esa época que cimentó la leyenda. Estaba tan descolocado que cuando empezaron
La ciudad del viento, ya con Tony y Julián sobre el escenario, no la reconocí: tenía la sensación de estar viendo algo que hacía años que no veía. El
concierto del Palacio de Congresos de Madrid fue muy especial, pero echaba de menos este repertorio: no sé si será culpa de las canciones o culpa mía, más probablemente lo segundo, pero esos temas me emocionan más que los más recientes. Luego empezó a intercalar otros habituales de esta gira, pero dijo que
Salitre 48 era un disco muy querido por la gente y también sonó
Crece la hierba y la canción que da título al disco.
Lo recuerdo y tengo que volver a resoplar. ¡Uff! Las canciones de
Daiquiri Blues sonaban mejor después de haber empezado así. Lo pensaba mientras disfrutaba de la que da título al disco en medio del repertorio: es como si se hubiese cambiado de época.
Y tengo que hablar en especial de Mario Raya. En la crónica del
concierto del mes pasado en Gijón dije que me parecía que le faltaba rodaje. Ya está a toda máquina y el perfecto
Por caminos extrechos, que en Gijón le causó problemas, lo demostró. Disfruté como un enano, con su sonido, con sus solos inspirados directamente en los del disco, con el tono de su Telecaster, de su Stratocaster, de su Alhambra acústica con
slide en
Te lo dije, de su
pedal steel guitar y de su mandolina: todo tocado perfectamente, con muy buen gusto. Mario no está en la línea de Pedreira, sino en la de su hermano Carlos y David Gwynn. A mí me gustan los dos estilos, pero tenía ganas de volver a escuchar este más clásico.
Julián Maeso también me parece que cada vez está más integrado en la banda, llenando con el soplido de su Hammond las canciones, soltándose en algún solo incendiario de los que él sabe hacer o llevando al jazz
Riesgo y altura.
De Jacob y Tony, qué decir... Perfectos. Recuerdo a Tony mirando desde un lado del escenario el principio del concierto, como un asistente más.
El público estaba muy silencioso cuando había que estarlo, pero también se lanzó más que en Gijón en los momentos movidos. Hubo peticiones y algún grito gracioso: alguien exclamó un
tequiliano «Que el tiempo no te cambie» y luego algo como «En
nosédónde se te quiere» y Quique, rápido, respondió: «En algunos bares más que en otros». Se le notaba disfrutando de la noche, como a toda la banda.
Hubo pequeños cambios en algunas canciones. Ahora sólo recuerdo a medias el que hizo en «Salitre» —canción que dedicó a la gente que venía de fuera—, donde no dijo «Conil de la Frontera», sino «Playa de...» algo que rimaba con niña porque un par de versos más allá cambió el «carita de pena» de Chaouen por «carita de niña».
Antes del bis el público se levantó para
Vidas cruzadas y
Te lo dije. Yo le decía irónicamente a Vega que ya no les quedaban canciones buenas por hacer, pero no sonó nada de
Personal, no sonó
Pequeño rock'n'roll, no sonó
Aunque tú no lo sepas, no sonó
Los desperfectos, no sonó
Avión en tierra... Los bises incluyeron
Riesgo y altura (Iller dice que no le gusta; en cambio a mí me parece de lo mejor del último disco, me encanta la música hecha por César Pop sobre todo),
Su día libre,
Pájaros mojados y
La luna debajo del brazo. Luego vimos que el
set-list incluía otro bis con
Miss Camiseta Mojada y
Hotel Los Ángeles, pero después de
La luna... pusieron el
Rock'n'roll All Nite de los Kiss y no nos dieron oportunidad de pedir más.
Al final del concierto tuve la ocasión de conocer a otros personajes míticos del foro,
Gromit y Melómana. Yo no soy la persona más extrovertida del mundo precisamente, pero es un placer encontrarse con gente así. Cada vez que pienso que si no fuera por Iller y Vega me hubiese perdido este concierto... Gracias, de corazón.
Antes de empezar le preguntaba extrañado a Vega que si no se aburría yendo a tantos conciertos de la misma gira. A la segunda canción supe que había una razón: algunos momentos mágicos que valen por los momentos anodinos y mucho más.
Etiquetas: Crónicas conciertos, Quique González