Hoy he descubierto «5 minutos más (Minibar)», el single de adelanto del nuevo disco de Calamaro:
Cuando lo puse no sabía que iba a encontrarme, pero con el primer segundo de la canción ya me cabreé: ¡Mierda de sonido! Odio esas baterías. Me revientan. Me salen granos y me siento fatal, me dan ganas de vomitar, como decían de los pasodobles los Ilegales.
Yo soy uno de esos fan esquizofrénicos de Calamaro. Este mismo fin de semana estuve disfrutando de una de esas obras de arte que para mí no desmerecen a la Gioconda, la capilla Sixtina, un poema de Homero o un aria de Verdi: la versión que hizo de «El trovador». Es impresionante desde la introducción de armónica hasta la voz con que se dobla en ese verso maravilloso que dice: «Y si en esta andanza un día me espera la vejez / ya mi niñez le hará la segunda voz».
Esa voz que es un prodigio: hace dos fines de semana estuve sacando la melodía de mi canción favorita de Los Rodríguez, «Engánchate conmigo», y quedé alucinado de las notas que empleaba, esos deslices cromáticos por la escala menor que luego también borda en el solo Ariel.
Pero luego hace cagadas, sin carcajadas ni arcadas, cuando las canciones son pura fórmula y la producción es mala. En «El salmón» demostró con creces cómo se pueden desaprovechar buenas ideas y este nuevo single me parece un nuevo ejemplo.
Así que aprovecho para dejar constancia aquí de mi amor esquizofrénico y pongo dos textos que escribí sobre él. Los releo ahora y me dan ganas de abofetearme: cómo puedo ser tan payaso de pretender hacer un juicio final sobre una obra, cómo puedo hablar en plural cuando hablo sólo de mí, cómo puedo utilizar esas palabras raras por el mero gusto de exhibirme... Si un crítico es un músico frustrado, yo soy un crítico frustrado: la segunda derivada de la frustración. ¿Y ahora que estoy haciendo autocrítica estoy ya en la tercera derivada...?
***
Como sólo un argentino
[4 de noviembre de 2000]
Y esas crisis que la mayoría de la gente
considera como escandalosas, como absurdas, yo
personalmente tengo la impresión de que sirven
para mostrar el verdadero absurdo, el de un mundo
ordenado y en calma, con una pieza donde diversos
tipos toman café a las dos de la mañana, sin que
realmente nada de eso tenga el menor sentido como
no sea el hedónico, lo bien que estamos al lado
de esta estufita que tira tan meritoriamente.
Los milagros nuca me han parecido absurdos; lo
absurdo es lo que los precede y los sigue.
«Rayuela». Julio Cortázar
Hay muchas Argentinas dentro de la Argentina. Y muchos argentinos. Como en cualquier país, hay muchas personas y cada uno lleva una patria dentro y se cree que pertenece a esa patria supuestamente compartida, que sin embargo es distinta. No existe la patria común, aunque se obstinen en creerlo. Existe el país o el estado compartido, una simple conveniencia burocrática, nada más. Sin embargo, hay ciertas características que se atribuyen a un lugar, algunas veces por parte de los propios habitantes, otras por parte de los extranjeros. A menudo acaban apareciendo patriotas que se las creen firmemente y serían capaces de morir por esas ideas absurdas y fatuas.
Así que hay muchos argentinos en la Argentina y hay al mismo tiempo muchas ideas preconcebidas sobre ellos. En el país en el que yo vivo, la más común es que la mayor parte de la población es psicoanalista o aspira a serlo. Y es que da la sensación de que allí hay una asignatura en el colegio en la que se estudia exclusivamente a Freud y Jung. Y el resto deben estar dedicadas a la lengua, tan asombroso es el dominio de las palabras que parecen tener todos los procedentes del país plateado. Juntando estos dos tópicos resulta la imagen arquetípica de los argentinos: personas de una facundia algo hermética.
Y es que da igual que sean entrenadores de fútbol, escritores, profesores de baile de salón, mediums o verdaderos psicoanalistas: se lanzan con virtuosismo a que su lengua moldee frases intrincadas a la menor oportunidad. No sé si será ese acento tan particular, pero suelen conseguir una cierta impresión de solvencia. Y parece que en Buenos Aires desde los matones más rastreros hasta los mejores situados son, en el fondo, filósofos, escrutadores del alma humana y de la mente del mundo. "Sabihondos y suicidas", que decía el tango.
Dejando de lado profesiones alejadas del entorno de la música, los dos escritores argentinos más conocidos son un claro ejemplo de ese modo especial de decir. Borges se consagró en cuentos cargados de cultura y misteriosos mundos y frases. Cortázar creó cuentos no menos audaces y dio forma a la novela más extravagante que se ha publicado con cierto éxito, "Rayuela", y a otra aún más ajena a la lógica del común de los mortales: "62/Modelo para a(r)mar".
La obra sobre la que voy a divagar y que merece esta larga introducción es una extravagancia en la que se mezclan ideas, músicas y textos como sólo un argentino en ejercicio podría mezclarlas. La "Honestidad brutal" de Andrés Calamaro le ha llevado a dejarse llevar, a poner en canciones grabadas con premura las ideas alucinadas que tomaron su cabeza, a seleccionar menos de lo que se debe seleccionar, a encontrar diamantes y no perder el tiempo en pulirlos.
***
[Lo siguiente lo debí de escribir en julio de 2006]
Esta larga y pedante introducción la escribí en el año 2000. Y ahí me quedé. Tenía la intención de comentar todas las canciones de "Honestidad brutal" y, al final, no hablé de ninguna. Pero el final todavía no está escrito: hoy me apetece volver a divagar sobre ellas.
"Honestidad brutal" es uno de mis discos favoritos y, sin embargo, no lo tengo. Me pilló en la época en la que creía que era mejor no guardar nada, ni quiera copia de los CDs que me gustaban. Tuve en préstamo de un amigo el disco durante una temporada y escuché muchas canciones. Tiempo después volví a pedírselo y copié, como relleno del "Raíces al viento" de Juan Perro, algunas canciones del disco 2. Y las escuché mucho.
Pero no estoy empezando por el principio. En realidad el disco llegó a mí de una manera mágica. Estaba en Madrid. Había tenido la peregrina idea de ir a visitar museos y conocer la ciudad en pleno agosto. El 11/08/1999, después de visitar el Thyssen Bornemisza, fui a la plaza de Santa Ana, donde había estado el día anterior y había escuchado unos boleros de La Lupe. Tenía calor y quería probar algo nuevo. Me acerqué a una terraza y pedí "Una chufa"... El cachondeo del camarero fue grande. Son malos tiempos para lírica: nadie entiende ya las metonimias. Luego me senté con mi horchata y me puse a escuchar lo que sonaba por los altavoces. No tardé mucho en identificar la voz: a Calamaro no hay quien lo confunda. Eran canciones que no conocía. Y parecía que estaban escritas justo para mí: "Me voy a sentar en un bar / a ver a la gente pasar". O esa otra:
A las heridas
hay que dejarlas sangrar,
mientras siguen abiertas
solamente hay veneno en las venas.
A las heridas
mejor dejarlas ahí,
ahí donde están
si están abiertas por algo será
que venga alguien a cerrar
a las heridas
dejarlas vivir
a las amigas
tenerlas ahí
si las puertas siguen abiertas (mucho tiempo)
alguien podría venir
¿Y qué decir de "sí te falta una imagen quiero que me recuerdes así con el viento en las velas"? Bajo la sombra y solo, con el viento en las velas en medio de la meseta, fui feliz.
El disco completo lo escuché tiempo después. Hubo canciones que no me gustaron y canciones que todavía no me he cansado de escuchar: "Negrita", "Aquellos besos", "Mi propia trampa", "Naranjo en flor" (¿qué le habrán hecho mis manos, qué le habrán hecho...?, y la voz de anciano de uno de los hermanos Expósito, autores de uno de mis boleros favoritos, "Vete de mí"), "Me pierdo", "No tan Buenos Aires"... Esas son de las que copié del segundo disco. Hice otra selección del primero años después: "Cuando te conocí", "Te quiero igual", "Una bomba" (esa sonó otra noche que nunca olvidaré) y, sobre todo, "Jugar con fuego":
Es inmoral
sentirse mal
por haber querido tanto.
Debería estar prohibido
haber vivido
y no haber amado.
Aquí estoy, años después, todavía disfrutándolas, y completando de mala manera aquel texto que empezó con tantas pretensiones. Sólo quería transmitir lo intransmisible, aquellas sensaciones que vuelven y revuelven todavía hoy, una luminosa mañana de fiesta.
Sincero pero ingenuo
[18 de febrero de 2001]
Andrés es un ingenuo. Cree que es más sincero, más fresco, arte de mejor ley, dejar las canciones tal como salen. Pero el artista no es el que sirve la carne cruda: es el que elabora los platos y, de la materia prima que caza mediante su imaginación, hace piezas maestras.
Es un ingenuo, Andrés, porque cree también que ir siempre contra corriente es siempre bueno. Pero ir contra corriente no es un valor en sí mismo. Si el río, por casualidad o destino, coincide que va en la dirección correcta, oponerse es simple y llanamente errar.
Andrés es sincero, a pesar de su calculada frescura. En estas canciones de "El salmón" está lo que quiere hacer. Se olvida, sin embargo, de que la música no se hace sólo para uno mismo. Se puede hacer así, pero entonces, no debe grabarse ni debe venderse.
De acuerdo, la frescura también tiene su valor. Pero no el suficiente. ¿Se escucha Andrés? Probablemente no. Probablemente esté haciendo nuevas canciones y no pierda el tiempo escuchando estas que ha dejado reflejadas en un disco. Pero los que nos hacemos con el disco queremos disfrutar y sentimos algo parecido a la decepción que nos asola cuando la vida no es tan buena como podría ser. Esa es la primera impresión. En algunas canciones hay disfrute en esa primera vez por descubrir algún ripio gracioso. Pero este tipo de canciones, como los chistes, pierde en seguida la gracia cuando se escucha más de una vez. Y las buenas canciones son las que se pueden escuchar durante muchos años, las que se pueden paladear en el recuerdo y tararear en la soledad. Las que nos hubiese gustado escribir.
Hay en "El salmón" ideas para canciones muy buenas, ideas que trabajadas darían para canciones eternas, de esas que pasan a formar parte de tu vida. Pero están malgastadas. Por ejemplo, "Horizontes". Es una buena poesía, una melodía adecuada, un sentimiento desnudado, atrapado vivo en la melancólica melodía. Estos versos son enormes:
Soy un anciano sin reencarnaciones
para ir buscando horizontes.
¿Pero por qué desperdiciarlos con ese tratamiento de la voz y esa guitarra que molesta? ¿Por qué no hacer que la canción dure lo que suelen durar las canciones? Los tres minutos y pico no son nada más que una exigencia comercial: son lo mínimo que necesitamos para vivir en una canción.
Hay canciones más desaprovechadas. Cerca de la anterior está "Un barco un poco". De nuevo versos magníficos:
La canción de los puertos
que no veremos nunca,
donde no volveremos juntos
los dos.
[...]
Para mí mirar un puerto
es sentirme un barco un poco
Pero esa maldita guitarra con gua-gua y el bajo con timbre adulterado... ¿Por qué? ¿Para qué?
¿Y de dónde sale ese gusto por las canciones a medio hacer? Encima, la supuesta originalidad y el ir en contra de la corriente desembocan muchas veces en un nuevo tópico. Verbigracia: esos finales en los que la batería para unos cuantos compases antes que el resto de los instrumentos, como si se hubiera cansado de tocar, mientras que las guitarras, el bajo, el piano siguen haciendo cosillas... Una vez está mal, pero tantas como lo emplea Calamaro es un crimen que se debería pagar con pena de cárcel.
Entre las dos canciones que acabo de comentar hay una extraña para este disco: "Lorena". Es un pedazo de rock del de toda la vida, casi completamente finalizado. Tampoco es deslumbrante, pero es agradable escucharlo y eso se valora entre tanto boceto. En "Lorena" es de los pocos sitios donde las guitarras -y el resto de los instrumentos- suenan decentes.
Otra guitarra casi completamente escuchable es el boogie-woogie festivamente llamado "Lámeme el orto" y que comienza con esta definición donde yo me reconozco:
Somos todos iguales,
leímos Stephen King, "Cementerio de animales"
como subnormales,
hasta leímos "Christine",
hasta leímos "It".
Sí, yo leí mucho a Stephen King y leí todos esos libros citados. Pero me cansé de sus historias y de sus personajes. Y tal vez Calamaro no ha caído en la cuenta de que tiene un punto muy en común con Stephen King... Y no es el orto, sino su fecundidad. Pero es raro que lo mucho sea todo bueno.
Volviendo a "Lámeme el orto", tiene un gran ritmo, pero a mitad de la canción se detiene la batería como si fuese un fallo, como si el batería hubiese creído que era el momento de acabar la canción y luego, como vio que el resto seguían, volvió a tocar. Por supuesto, el final es nuevamente así: cuando le parece, el batería se detiene y los demás siguen un rato. Veredicto: Culpable. Condena: 666 años y un día de cárcel.
Hay mucho blues y mucho rock'n'roll en este disco. No está mal. Cuando está bien hecho. Pero muchas veces parecen simplemente pareados puestos sobre estructuras gastadas e interpretadas sin verdadera convicción. Hay también mucha ranchera y mucho reggae. Las canciones de estos estilos de Calamaro adolecen todas del mismo defecto: un parecido muy grande entre ellas. Discúlpenme el atrevimiento, pero haciendo canciones así, también yo hago 103 canciones en un año. Y en menos.
Y es que no basta una buena frase para hacer una buena canción.
Hay todavía otro tipo de canciones "una frase, un estilo, una canción": las canciones funk. Unas palabras que se repiten, una batería funky, con un bajo funky, habitualmente sin modificar la armonía y con variaciones sobre el mismo dibujo durante toda la duración. Si a Calamaro le gusta, a mí no. Me aburre. Nos es fácil ser James Brown.
En el apartado de las versiones, se agradece que no haya escogido las de siempre de los Beatles, aunque tampoco éstas me dan más. La de Bob Marley, con todo su mal gusto en la distorsión de la voz, es aún así buena. Las mejores: los tangos, los de los maestros Discépolo y Manzi, y ese bolerazo de Gardel y Le Pera, reconvertido en balada interpretada con maestría.
He leído en una entrevista que Calamaro acusaba a muchos de sus compañeros autores de canciones de ser vagos. Creo que se equivoca. Si yo fuese su profesor y él fuese un alumno que me entrega una redacción, le mandaría que me la trajese al día siguiente bien hecha. Porque hay que perder tiempo eliminando defectos de las creaciones, no sólo creando. Tal vez ha incluido "Los ejes de mi carreta" como declaración de principios:
Porque no engraso los ejes
me llaman abandonado.
Si a mí me gustan que suenen
¿para qué los quiero engrasados?
Es demasiado aburrido
seguir y seguir la huella.
He andado tantos caminos
sin nadie que me entretenga.
¿Pero se ha parado realmente a escuchar los ejes de su carreta? ¿Y se ha parado a pensar qué piensan los que los escuchan y pagan por hacerlo? Este es un disco que no gustará a los diletantes amantes del arte elevado, pero tampoco al pueblo llano.
No puedo acabar sin hablar de una canción interesante porque sigue un camino contrario al habitual y, en este caso, sí le doy la razón a Calamaro: también hay que hablar de política en el rock actual. Pero no estoy para nada de acuerdo con su tesis:
Vale la pena pensar
que somos diferentes clase de animales
y exterminar con seriedad, con frialdad
Dentro de todos hay bueno y malo, aunque todos no somos iguales y no peca en igual grado ni merece lo mismo quien desarrolla lo más oscuro de sí y derrama dolor y crueldad ardiente sobre los demás. Pero el "Diente por diente" nos iguala en lo peor. Es hacer un mundo peor.
Esta canción de la que sólo iba a comentar su contenido me va a servir también para finalizar con un ejemplo del error que comete a lo largo de este disco -estos 5 CDs- Calamaro: la guitarra suena demasiado áspera, incluso para un tema tan duro como este. AC/DC en sus primeros discos hicieron canciones durísimas, pero nunca utilizaron un sonido tan desdentado.
Andrés se confunde: no es lo mismo la sinceridad y la espontaneidad, y tampoco es lo mismo la dureza y la suciedad.
Probablemente tienes razón en todo lo que dices. Pero si ponemos en contexto la época en que grabó El Salmón (la "época de los excesos"), cómo lo grabó (tengo grabada en la retina una situación que contaba Ariel Rot en una revista, cuando fueron a verle al local y estaba grabando pistas sobre pistas, con cientos de cds tirados, y Andrés como loco sin dormir ni comer en varios días) y quién es (El Salmón se editó porque estaba firmado por Calamaro, pocos, muy pocos, tienen el privilegio de sacar al mercado lo que quieren) se "entiende" un poco qué salió de allí.
Más que un disco para escuchar por la música, es un disco para escuchar una parte de la vida de AC. ¿Quizá no debiera haberlo editado? Eso es otra cuestión.
Debe de ser que a mí la vida en crudo de Andrés no me interesa tanto. Lo que le pasa a alguien que está hasta arriba de drogas no es algo que quiera conocer.
yo también seré esquizofrénica calamariana de esas: a veces me encanta y otras me carga de una manera que muy pocos consiguen cargarme... y desde luego su vida, sus excesos, sus divorcios y reconciliaciones me dan exactamente lo mismo en fin: me gustan tus textos a trozos y recuperados!!