Exterior noche revisitado
~ domingo, octubre 30, 2011 ~
En la época que publicamos Exterior noche empecé a escribir un texto hablando del disco, pero no lo acabé. Ahora lo he hecho y quiero publicarlo, porque quiero contar mi versión, mi película: me gusta montarme películas y me gusta contarlas a quien las quiera escuchar, sin obligaciones.
***
Un día le propuse a Isma llamar Largo a esto que final se llamó Exterior noche. Era otra forma de jugar con lo cinematográfico, utilizando un hecho estadístico objetivo: la longitud de las canciones ha subido significativamente desde Vidas paralelas, en especial de las canciones que son para mí las más importantes: Pobre hombre, Intermitente y la que da título al disco. Ésta sería para mí el primer single del disco si no resultase absurdo escoger para sencillo una canción que dura la friolera de siete minutos veintinueve segundos. En estos tiempos.
Es larga y es perfecta. Las guitarras componen una puesta en escena digna de ser fotografiada por Vittorio Storaro, ese azul-noche que finalmente acabó en la portada. Soy capaz de escucharla una y otra vez, introduciéndome en el estéreo de la distorsión gorda que es el sonido de guitarra que más me gusta.
Y ese plano-secuencia digno de Orson Wells que la canción describe tan bien... ¿Es Ingrid Bergman la protagonista, el beso bajo el ala de un sombrero blanco en la noche parisina? Recuerdo que cuando Isma nos enseñó la canción me obsesioné con ella y me parecía ver señales por doquier: abría el periódico y en la descripción de una película de bellísimo título leía algo que parecía la descripción exacta de la película que se está rodando en Exterior noche:
Y yo volvía a escuchar la canción y me asombraba de constatar una contradicción absurda: me gustaba sobre todo porque no la entendía. ¿Habla de dos actores tan metidos en el guión que se enamoran de verdad, o habla de dos enamorados que se comportan como en las películas, sin saber que están siguiendo un guión muy viejo? Y me imaginaba los microfonistas, los técnicos de luces, el director, los cámaras y, por supuesto, el key grip y el best boy, esos personajes que acabaron en la portada porque lo mismo debió de venir a la cabeza de Seve sin haberlo hablado nunca entre nosotros, veía todos esos profesionales conteniendo el aliento ante un abrazo y un beso falsos que son verdaderos...
A la canción no le falta ni la niebla de Casablanca: es perfecta. Y también en los aspectos técnicos, en la producción, me parece la más acertada del disco.
Pero es absurdo escoger un single así en estos tiempos: los jóvenes quieren aturdirse, quieren velocidad, o sonrisas al menos: algo más diurno. Y ahí hay otra joya en el disco, una de esas canciones luminosas que son más difíciles que las oscuras, Perdóname, con un punto Beach Boys y un irresistible estribillo de metales...
A veces me entretengo haciendo taxonomías: es un vicio como otro cualquiera. Estoy precavido porque como profesor de universidad sé que es un intento vano de ordenar lo inordenable —sí, me he inventado la palabra: no quiero utilizar caos— y de hacer pasar la mera opinión por ciencia. Pero como forma de matar el tiempo —caza mayor— es de las más inocuas. Así, está la trilogía ya mencionada de "largos", y están las canciones cortas y ligeras: Perdóname y Tres dos uno. No hay muchas más en esta última categoría: A veces (menuda estupidez), que es también corta tiene, en cambio, una pesadez en los bombos de la batería que no deja resquicio a lo ligero a pesar de las fruslerías de la letra. Y El carnaval de marionetas habla de cosas más serias de lo que parece.
Hay ahí otro criterio de clasificación: las canciones que tienen que ver con la fiesta. Está el apocalipsis pop de La fiesta del fin del mundo y este carnaval de marionetas que describe exactamente lo que, estoy seguro, muchos hemos sentido más veces de las que deseáramos: una desconexión con los habitantes de una fiesta que nos permite verlos desde fuera, en ese momento en el que se finge cansancio para ocultar el aburrimiento, el triste final de la alegría que, tal vez, nunca fue real... ¿Y esa fiesta del Carnaval es sólo una fiesta o es sólo la imagen del mundo entero...? ¿Es el Carnaval de Marionetas la Fiesta del Fin del Mundo, esa que las críticas dicen que nadie debería perderse...?
La alegría es otro criterio de clasificación muy socorrido: todo el mundo sabe que existen las canciones alegres y las tristes. Aquí algunas tristes están muy claras: no se me ocurre nada más devastador que esos versos de Perfecta melancolía que dicen:
¿Pero en qué lugar de la escala que une lo triste con lo alegre se sitúa La tormenta? No cabe más que imaginar una categoría ortogonal, algo que no es ni una cosa ni la otra, ese punto dulce de la saudade... Hay canciones de amor que desbordan pasiones impostadas, la ceguera de la pasión, el amor de las peores comedias románticas. Casi todas las canciones de amor y las comedias románticas son tópicas y hay muy pocas, sin embargo, que capturen otra cosa, la realidad del amor aquí y ahora. Por fuerza, a pesar de que la mayor parte de los testimonios literarios digan lo contrario, mucha gente tuvo que haber sentido ese amor real y su ausencia de la literatura probablemente deba ser achacada al recurso demasiado frecuente al efectismo. Ya en Vidas paralelas se había evidenciado esa capacidad para mostrar certeramente la épica de la vida cotidiana sin alardes épicos: no son dioses, honores ni guerras las cosas que hacen que «la vida siga mereciendo la pena».
Otro ejemplo: Descalzos por el parque. No sé cuánto hay de biográfico en las canciones de Isma, en cierto modo es irrelevante —al final el arte importa por la irrealidad que crea—, pero ciertamente no es difícil imaginar la conexión entre ese (pobre) hombre que ama en una cama de 90 centímetros y el que, tras tomar una vaso de leche con galletas, se mete en una cama junto a una mujer que se acurruca a él para combatir ese frío omnipresente para los amantes del norte. No tienen por qué ser los mismos, pero son los mismos en el sentido de que uno cualquiera de nosotros es todos, y por eso se despierta una sonrisa al pensar que aquellos que deseaban que nadie viniera a molestarlos por fin tienen su refugio de la tormenta, su manera de afrontar «cada curva del día» (la cita es uno de los versos simples pero brillantes de Intermitente).
Y hay canciones que se colocan irremediablemente en el lado tenebroso de la balanza: Perfecta melancolía, Un pobre hombre y Mi cabeza son tres auténticos himnos de la autodestrucción. ¡Cuántas veces me he encontrado pensando eso de «En mi cabeza hay algo que no va bien y no es pereza porque voy a cien. No puedo parar de dar vueltas.»! ¡Y cuántas otras no he podido de parar de cantar en bucle eso de «Yo sólo soy un pobre hombre, ¿cómo demonios voy a ser feliz?»! Por supuesto, unido al riff de guitarra que tantas noches ensayé en la nave de Seve, cansado después de trabajar, en noches heladas calentado sólo por el apestoso humo de los cigarrillos...
Tal vez «Exterior noche» sea un disco demasiado oscuro, puede que alguna vez se haga demasiado pesado, pero es que no transita por el lado amable de la vida: la densidad de la música en las que para mí son las mejores canciones es sólo un reflejo de la densidad de los sentimientos.
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Un día le propuse a Isma llamar Largo a esto que final se llamó Exterior noche. Era otra forma de jugar con lo cinematográfico, utilizando un hecho estadístico objetivo: la longitud de las canciones ha subido significativamente desde Vidas paralelas, en especial de las canciones que son para mí las más importantes: Pobre hombre, Intermitente y la que da título al disco. Ésta sería para mí el primer single del disco si no resultase absurdo escoger para sencillo una canción que dura la friolera de siete minutos veintinueve segundos. En estos tiempos.
Es larga y es perfecta. Las guitarras componen una puesta en escena digna de ser fotografiada por Vittorio Storaro, ese azul-noche que finalmente acabó en la portada. Soy capaz de escucharla una y otra vez, introduciéndome en el estéreo de la distorsión gorda que es el sonido de guitarra que más me gusta.
Y ese plano-secuencia digno de Orson Wells que la canción describe tan bien... ¿Es Ingrid Bergman la protagonista, el beso bajo el ala de un sombrero blanco en la noche parisina? Recuerdo que cuando Isma nos enseñó la canción me obsesioné con ella y me parecía ver señales por doquier: abría el periódico y en la descripción de una película de bellísimo título leía algo que parecía la descripción exacta de la película que se está rodando en Exterior noche:
En Inland Empire todo gira en torno a dos actores que se enamoran en el set. O al menos, eso es lo que uno puede interpretar.
Y yo volvía a escuchar la canción y me asombraba de constatar una contradicción absurda: me gustaba sobre todo porque no la entendía. ¿Habla de dos actores tan metidos en el guión que se enamoran de verdad, o habla de dos enamorados que se comportan como en las películas, sin saber que están siguiendo un guión muy viejo? Y me imaginaba los microfonistas, los técnicos de luces, el director, los cámaras y, por supuesto, el key grip y el best boy, esos personajes que acabaron en la portada porque lo mismo debió de venir a la cabeza de Seve sin haberlo hablado nunca entre nosotros, veía todos esos profesionales conteniendo el aliento ante un abrazo y un beso falsos que son verdaderos...
A la canción no le falta ni la niebla de Casablanca: es perfecta. Y también en los aspectos técnicos, en la producción, me parece la más acertada del disco.
Pero es absurdo escoger un single así en estos tiempos: los jóvenes quieren aturdirse, quieren velocidad, o sonrisas al menos: algo más diurno. Y ahí hay otra joya en el disco, una de esas canciones luminosas que son más difíciles que las oscuras, Perdóname, con un punto Beach Boys y un irresistible estribillo de metales...
A veces me entretengo haciendo taxonomías: es un vicio como otro cualquiera. Estoy precavido porque como profesor de universidad sé que es un intento vano de ordenar lo inordenable —sí, me he inventado la palabra: no quiero utilizar caos— y de hacer pasar la mera opinión por ciencia. Pero como forma de matar el tiempo —caza mayor— es de las más inocuas. Así, está la trilogía ya mencionada de "largos", y están las canciones cortas y ligeras: Perdóname y Tres dos uno. No hay muchas más en esta última categoría: A veces (menuda estupidez), que es también corta tiene, en cambio, una pesadez en los bombos de la batería que no deja resquicio a lo ligero a pesar de las fruslerías de la letra. Y El carnaval de marionetas habla de cosas más serias de lo que parece.
Hay ahí otro criterio de clasificación: las canciones que tienen que ver con la fiesta. Está el apocalipsis pop de La fiesta del fin del mundo y este carnaval de marionetas que describe exactamente lo que, estoy seguro, muchos hemos sentido más veces de las que deseáramos: una desconexión con los habitantes de una fiesta que nos permite verlos desde fuera, en ese momento en el que se finge cansancio para ocultar el aburrimiento, el triste final de la alegría que, tal vez, nunca fue real... ¿Y esa fiesta del Carnaval es sólo una fiesta o es sólo la imagen del mundo entero...? ¿Es el Carnaval de Marionetas la Fiesta del Fin del Mundo, esa que las críticas dicen que nadie debería perderse...?
La alegría es otro criterio de clasificación muy socorrido: todo el mundo sabe que existen las canciones alegres y las tristes. Aquí algunas tristes están muy claras: no se me ocurre nada más devastador que esos versos de Perfecta melancolía que dicen:
Es mucho mejor que tú no sepas nada,
eso es lo peor
¿Pero en qué lugar de la escala que une lo triste con lo alegre se sitúa La tormenta? No cabe más que imaginar una categoría ortogonal, algo que no es ni una cosa ni la otra, ese punto dulce de la saudade... Hay canciones de amor que desbordan pasiones impostadas, la ceguera de la pasión, el amor de las peores comedias románticas. Casi todas las canciones de amor y las comedias románticas son tópicas y hay muy pocas, sin embargo, que capturen otra cosa, la realidad del amor aquí y ahora. Por fuerza, a pesar de que la mayor parte de los testimonios literarios digan lo contrario, mucha gente tuvo que haber sentido ese amor real y su ausencia de la literatura probablemente deba ser achacada al recurso demasiado frecuente al efectismo. Ya en Vidas paralelas se había evidenciado esa capacidad para mostrar certeramente la épica de la vida cotidiana sin alardes épicos: no son dioses, honores ni guerras las cosas que hacen que «la vida siga mereciendo la pena».
Otro ejemplo: Descalzos por el parque. No sé cuánto hay de biográfico en las canciones de Isma, en cierto modo es irrelevante —al final el arte importa por la irrealidad que crea—, pero ciertamente no es difícil imaginar la conexión entre ese (pobre) hombre que ama en una cama de 90 centímetros y el que, tras tomar una vaso de leche con galletas, se mete en una cama junto a una mujer que se acurruca a él para combatir ese frío omnipresente para los amantes del norte. No tienen por qué ser los mismos, pero son los mismos en el sentido de que uno cualquiera de nosotros es todos, y por eso se despierta una sonrisa al pensar que aquellos que deseaban que nadie viniera a molestarlos por fin tienen su refugio de la tormenta, su manera de afrontar «cada curva del día» (la cita es uno de los versos simples pero brillantes de Intermitente).
Y hay canciones que se colocan irremediablemente en el lado tenebroso de la balanza: Perfecta melancolía, Un pobre hombre y Mi cabeza son tres auténticos himnos de la autodestrucción. ¡Cuántas veces me he encontrado pensando eso de «En mi cabeza hay algo que no va bien y no es pereza porque voy a cien. No puedo parar de dar vueltas.»! ¡Y cuántas otras no he podido de parar de cantar en bucle eso de «Yo sólo soy un pobre hombre, ¿cómo demonios voy a ser feliz?»! Por supuesto, unido al riff de guitarra que tantas noches ensayé en la nave de Seve, cansado después de trabajar, en noches heladas calentado sólo por el apestoso humo de los cigarrillos...
Tal vez «Exterior noche» sea un disco demasiado oscuro, puede que alguna vez se haga demasiado pesado, pero es que no transita por el lado amable de la vida: la densidad de la música en las que para mí son las mejores canciones es sólo un reflejo de la densidad de los sentimientos.
Etiquetas: Marienbad
Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
7:58 p. m.