Escritos sobre música


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Un Sonorama en la pandemia

~ martes, agosto 17, 2021 ~

Estas son algunas impresiones sobre el Sonorama Rivera 2021. Me cuesta cada vez más escribir porque leo lo que escriben otros y me doy cuenta de que yo no tengo la verdad, y preferiría un poco menos de ruido y un poco más de tolerancia, algo que por lo que me parece Internet no promociona. Así que voy a intentar describir ciñéndome a los hechos e intentando dejar claro lo que no son más que mis opiniones. No sé hacerlo sin que la prosa resulte más aburrida (por ejemplo, por tener que añadir este tipo de explicaciones), pero prefiero pecar de aburrido a añadir odio...

Cuando se publicitó el Sonorama 2021, se dijo que iba a ser de pies y sin mascarilla, cumpliendo la legislación vigente. Por desgracia, vino la variante delta y las autoridades sanitarias de Castilla y León obligaron a que fuese sentados y con mascarilla. Entiendo las quejas de la gente que pedía la devolución del abono, y hubiese sido lo ideal, pero también entiendo que el festival no podría permitírselo y que en las circunstancias en las que estamos, hay que estar preparados para los cambios de planes.

Además de la exigencia de mascarillas y hacer el concierto sentado, la organización tomó otras medidas, como dividir a los 5000 asistentes en 5 sectores fijos cada día, uno de ellos dedicado a las entradas VIP y los otros cuatro asignados por orden de recogida de pulseras. Los sectores 1 y 2 estaban delante de los sectores 3 y 4 (y además los asistentes con entrada de día iban todos al sector 4). Esta también fue una medida polémica. Se han propuesto otras alternativas (dividir en 5 sectores del mismo ancho y que todos tuviesen oportunidad de estar cerca del escenario, rotar la gente de sector cada día...), pero imagino que la organización ya habría pensado en ellas y si las descartó sería por alguna razón: como estamos comprobando cada día, hay que llegar a soluciones de compromiso porque no hay ninguna que optimice todas las variables. No envidio a los que tienen que tomar decisiones en las que siempre va a haber perjudicados.

Llegamos sobre las 2 a recoger las pulseras y nos dieron zona 3, con lo que la primera fila de nuestro sector estaba a una considerable distancia del escenario. En situaciones normales, siempre intentamos estar lo más cerca que podamos, así que nos fastidió un poco, pero decidimos que íbamos a intentar disfrutar de lo bueno e intentar olvidar lo malo: íbamos a poder escuchar mucha música en vivo y lo echábamos mucho de menos; yo no sabía cuánto...

El jueves llegamos un poco antes de que empezase el primer concierto. Al igual que cuando recogimos las pulseras, no tuvimos que hacer ningún tipo de cola. Lo primero que hicimos fue cargar dinero en las pulseras. Me sorprendieron gratamente los carteles indicando que habría unos días tras el festival para poder solicitar la devolución de lo no gastado. Parece obvio que debería ser así, pero he estado en muchos festivales en los que no se ha hecho y sé que eso es algo que también hay que organizar y esforzarse para hacerlo, y reconozco también ahí el buen hacer de la organización este año.

Una mujer de la organización nos informó de otras medidas: te podías sentar donde quisieses, pero había que dejar una silla libre entre grupos de convivientes. En lo que va de este año he asistido a conciertos con distintas variedades: en el de Quique González en Mieres tenían sectores distintos con sillas aisladas, en parejas o en tríos y gran separación entre ellas; en el botánico de Madrid, había una silla de separación entre entradas compradas en conjunto, pero luego estabas pegado a la fila de adelante; en el de Alfredo González en la Semana Negra sólo había sillas aisladas y a gran distancia. Teniendo en cuenta que no te podías quitar la mascarilla, la solución del Sonorama me pareció razonable.

También nos informaron de que no se podían pasar bebidas a la zona del concierto. Entiendo también esta medida (siempre está la gente que aprovecha los recovecos para saltarse las normas con las que no comulgan), pero creo que, teniendo en cuenta que estábamos en medio de una ola de calor, no hubiese estado mal que dejasen pasar agua y destaparse la mascarilla para beberla. La organización dijo que esta restricción fue cosa de las autoridades sanitarias y que ellos estuvieron luchando para que fuese posible introducir agua en la zona de conciertos. En fin, nuevamente, supongo que yo no sé mejor que los expertos de sanidad la mejor solución, pero la impresión que me dio es que esa medida tan restrictiva llevó a que hubiese más aglomeraciones en la zona de restauración, con lo cual no sé si fue peor el remedio que la enfermedad. 

Una medida que se tomó para intentar evitar que la gente se quedase en la zona de restauración fue poner vallas que no permitían ver bien el escenario. Sin embargo, se veían las pantallas y se escuchaba la música, por lo que la gente que hubo gente que prefirió quedarse en la zona de restauración, ya que la experiencia no era muy distinta y al menos podías beber.

Jueves

El primer día cuando llegamos al recinto casi no había gente y pudimos tomar algo en una mesa solos, a más de 5 metros de distancia de otra gente. Así empezamos a escuchar y ver por las pantallas el concierto de Cala Vento. En cuanto acabamos la bebida, fuimos a la zona de conciertos para verlos directamente. No los conocía. Me sorprendió que fuesen sólo un dúo de guitarra y batería: hasta que no vi el escenario al completo no me di cuenta de que no había bajo. No se echaba en falta. La ejecución fue buena y las letras parecían interesantes. No me enamoró, pero me gustó poder probar su música.

Entre concierto y concierto, mientras sonaba música pinchada por DJs, mucha gente se levantaba y, como seguía habiendo poco público, conseguimos situarnos en segunda fila de nuestro sector, lugar que mantuvimos durante toda la jornada a base de turnarnos para ir a beber o cenar, porque la organización no permitía (nuevamente con buen criterio desde mi punto de vista) reservar asientos si no había al menos una persona encargada.

El segundo artista fue Nach. No lo conocía: el rap y el hip-hop no son músicas que me hayan atraído nunca. Pero también disfruté de poder apreciar tranquilamente una forma de arte que desconozco. Me resultó cansada tanta primera persona en las letras y tanto hablar de las dificultades o idiosincrasias del artista. También me pareció que había tantas palabras que no me permitía realmente asimilarlas: en un estilo en el que los desarrollos instrumentales no parecen tan importantes como las letras, al final yo me las perdía saturado por el torrente verbal. Me emocionó, eso sí, precisamente la canción que hablaba de la importancia de la música para el autor: me sentí identificado.

Aproveché el intermedio para ir a cenar. Sólo había un food track en mi zona. Aproveché también para ir al baño y me sorprendió que no hubiese agua para lavarse las manos: sólo había gel desinfectante. La higiene no es sólo desinfección y creo que debería ser obligatorio que haya grifos con agua en los baños. Nuevamente, me puedo imaginar razones para que no los haya, pero creo que es algo básico. De hecho, la organización puso un grifo, pero en la zona de comidas, al día siguiente. También bajó el precio de la botella de agua de 2 euros a 1 euro. Otras medidas que tomaron después del primer día fue poner más mesas en la zona de seguridad y aumentar el personal de seguridad para intentar controlar más a los asistentes que se desmadraban.

El tercer concierto fue el del Kanka. Yo lo conocí hace unos años por las versiones que hacía Amaia Romero en OT, vi varios vídeos suyos y un concierto en Gijón desde muy lejos que ya me dejó alucinado. En el Sonorama hizo algo similar a lo de Gijón pero, quizás por la situación, me emocionó hasta las lágrimas: no es una exageración, pero asistir a ese despliegue de destreza de los músicos (era como ver a los mejores Ketama -de los que interpretaron un trocito de "No estamos lokos"- o una de estas grandes bandas cubanas como Irakere), junto con esas letras en las que yo veo detrás una buena persona intentando hacerlo lo mejor que puede para no sufrir ni hacer sufrir, me hizo llorar de felicidad. Cuando acabó el concierto pensé: "Sólo por esto ya me ha merecido la pena el festival".

Luego, con la noche por fin caída, fue el turno de Sidonie. Yo sólo los conocía de haberlos visto con Juan Perro en una edición anterior del Sonorama y de escuchar sus canciones por el pueblo otros años: "Carreteras infinitas" es uno de los himnos del festival. Hicieron un concierto muy bueno y me gustaron: se nota que dominan el formato y me hicieron pasar un buen rato. Además, mostraron su apoyo a Zahara por la polémica sobre su cartel en Toledo. Otra de las impresiones viéndolos es que ha subido mucho el nivel de los conciertos desde el punto de vista técnico: todos me estaban pareciendo impresionantes de sonido y puesta en escena.

Me moría de sed, así que aproveché en mitad del concierto para ir a beber un agua a la zona de restauración. A esa hora había mucha más aglomeración y cuando sonó uno de los clásicos de Sidonie, unos cuantos se pusieron a pegar botes abrazados y sin mascarilla: un ejemplo típico de irresponsables que ponen en peligro a todo el festival. Pero intentaron tomar medidas: contrataron a más personal de seguridad y pusieron más mesas para el segundo día. De hecho, yo ese día vi a uno de seguridad acompañar a alguien a la salida.

El horario principal de la noche fue para Viva Suecia. Recordaba la primera vez que les vi, también en el Sonorama, hace años, pero por la tarde y desde lejos para refugiarnos del sol. No me parecieron especialmente interesantes: creo que no son un grupo de los que impresionan en directo si no conoces su música. Ahora ya los he escuchado más, los vi en Oviedo antes de la pandemia, y probablemente también han mejorado. Hicieron un muy buen concierto y se vio cómo habían crecido entre los gustos del público.

El cierre de la noche corrió a cargo de Los Zigarros. Son otro grupo que no he escuchado, más que un par de vídeos de su directo, que me hicieron pensar que me iban a gustar por su genealogía rock. Sin embargo, me parecieron casi los que peor sonaron de toda la jornada y me resultaron demasiado tópicos en música y letra. Dominan el libro de estilo del rock pero, igual porque ya no soy el adolescente roquero que un día fui, no me entusiasmaron.

Nos fuimos mientras sonaba la última canción, otra vez sin ningún tipo de aglomeración.

Viernes

Llegamos otra vez pronto y nos refrescamos en la zona de restauración mientras empezaba el concierto de Derby Motoreta's Burrito Kachimba. No sabía nada de ellos y, con ese nombre, me sonaban a chiste. Aluciné: es lo más parecido que he estado de escuchar en vivo a Led Zepplin o a Triana. El sonido era impresionante, dominado por un bajo que seguía esa línea tan particular de John Paul Jones. El encaje con la voz aflamencada no me acabó de convencer, pero en eso está su originalidad y creo que es un intento más que meritorio. En cuanto acabamos nuestras consumiciones (por cierto, otra novedad del segundo día: no dejaban quitarte la mascarilla más que para dar un trago; es decir, ya no te permitían quitártela mientras tuvieses una bebida delante), nos fuimos a la zona del concierto. Bajo la solana y de lejos, pensé que algo así debían de sentir en Woodstock. Bueno, los hippies irían mucho más puestos, pero yo lo disfruté mucho.

Aprovechamos el movimiento de gente y nos situamos en segunda fila, en unos asientos que no tenían a nadie delante porque la primera fila era más corta.

A continuación llegaron Annie B Sweet. Tampoco la he escuchado casi nada (la vi en un concierto breve en Gijón). Venía acompañada de componentes de Rufus T. Firefly. Nuevamente quedé gratamente sorprendido por el sonido. Además, tenían cierta línea psicodélica que los emparejaba con el concierto anterior, aunque esta era psicodelia más pop y menos rock. Otro concierto que disfruté.

Los siguientes en "tocar" fueron Delaporte. Las comillas son porque básicamente usaron bases electrónicas programadas sobre las que la vocalista cantaba. No es un estilo de música que a mí me guste, pero gran parte del público parecía estar disfrutándolo mucho. Yo aproveché para ir a cenar sin agobios.

Los siguientes en salir fueron Amaral, con Eva luciendo un caso brillante que proyectaba destellos en la noche arandina. Empezaron muy potentes y reivindicativos. El despliegue de la puesta en escena incluía hasta las propias pantallas, que además de proyectar la imagen de una cámara, como en otros conciertos, tenían elementos sobreimpresos y una realización que incluía juegos con las imágenes. Una cosa que me gustó es que cada músico tenía su propia cámara. En general, todos los artistas mostraron su agradecimiento a los técnicos que hacían que todo funcionase, pero Amaral lo llevaron a otro nivel, invitando a algunos a bailar. También me gustó mucho que Eva se sentase para hablar de la experiencia de bailar sentados: es sólo un pequeño gesto de empatía, pero se une a muchos otros para mostrar ese esfuerzo por hacer el mundo mejor. Dedicaron a Zahara una de las canciones y enlazaron "Hacia lo salvaje" con el "A galopar" de Paco Ibáñez. No tocaron muchos de sus grandes éxitos, hubo un descanso hacia la mitad tras el que salieron todos con máscaras y Eva con un impresionante vestido rojo que desplegó en esas coreografías que ha añadido y que me hacen pensar en Kate Bush, y curiosamente acabaron su repertorio bajando revoluciones con "Mares igual que tú". Un lujo de banda.

Luego fue el turno de León Benavente. Ya los he visto muchas veces y creo que tienen uno de los mejores directos de todos los grupos que he visto en los últimos años. Solía verlos en primera fila y su intensidad me empujaba de una manera increíble. El año pasado los vi en el Tsunami, desde lejos y con mucha separación entre sillas (eso sí, pudiendo beber y con camareras que te atendían para evitar aglomeraciones en la barra) y me resultó demasiado frío: puede también que influyese que era Gijón en septiembre... Esta vez, incluso desde lejos y sentado, sentí de nuevo su intensidad arrolladora y volví a disfrutar de la forma maestra en la que consiguen tocar con claqueta pero sin que se pierda ni por un momento el poderío de la música en directo.

La organización estuvo bastante pendiente de que la gente no se desmadrase a pesar de ese poderío. Como en otros conciertos, a veces alguien se levantaba de su silla a bailar en un momento especialmente intenso, pero si no se sentaba motu propio, rápidamente una de las pacientes y esforzadas (muchas horas de pie) personas de la organización se acercaba a pedir que lo hiciese. También insistían a la gente que no llevaba bien la mascarilla. En algún momento vi a algunas personas que estaban esperando a que no mirase el personal de seguridad para bajarse la mascarilla, pero fue algo anecdótico: los típicos listos que creen que su libertad es más importante que la de los demás. En algunas canciones de Amaral y de León Benavente, como también al día siguiente con Vetusta Morla, pensé en que lo complejo que es compaginar el espíritu revolucionario que esas canciones expresan con la conformidad que ciertas situaciones requieren. Nuevamente, yo no sé si las medidas son demasiadas o insuficientes, y creo en el valor de la gente que se enfrenta a reglas estúpidas o inhumanas, pero en este caso esa rebeldía de no querer llevar mascarilla no me pareció heroica sino pueril. Es sólo mi opinión. Quizás me equivoque.

Tras León Benavente llegaron Arde Bogotá. No sabía absolutamente nada de ellos y me sorprendieron. Por su aspecto, yo hubiese apostado que harían pop, pero no: lo suyo era rock, con detalles casi de heavy. El guitarrista se marcó algunos fragmentos de virtuosismo. La voz del cantante era más grave lo que es habitual y tiene mucha personalidad. El sonido no me pareció que alcanzase la excelencia de Amaral o León Benavente, pero lo hicieron bien. Las canciones tampoco me parecieron tópicas, lo que agradezco, pero hubo algún momento en el que las letras me resultaron cómicas y no tengo muy claro de si sería intencionado... En cualquier caso, otro descubrimiento interesante de la velada.

Sábado

El viernes llegamos tras el primer grupo, Comandante Twin. Estábamos cansados, necesitamos siesta después de habernos metido un lechazo en Sepúlveda y no recordábamos que este grupo nos hubiesen gustado cuando los vimos hace años en otro Sonorama. Así que llegamos tarde. Conseguimos sentarnos en una sección de la tercera fila sin nadie alrededor, con lo que estuvimos muy tranquilos.

El primer grupo que vimos fue Ginebras. No sabía nada de ellas y me resultaron muy divertidas. Me recordaban a grupos de la movida, con un humor irreverente y punk a lo Siniestro Total, pero llevado al momento actual. Eso sí, fue el primer grupo de todo el festival que no tenía un sonido superdepurado y sonaban casi a algunos grupos de la Movida, aunque tampoco tan mal como muchos de aquellos grupos al principio. Mostraron mucho desparpajo en las presentaciones y me quedé con ganas de ver un concierto suyo entero. El público que ya conocía las canciones lo disfrutó a tope.

El siguiente grupo fue La La Love You. En cierto modo, eran similares a Ginebras, pero más pop y con menos gracia. O, al menos, yo no se la veía: también hubo un sector de público que pareció disfrutarlos mucho. Aproveché para cenar.

Ya caída la noche, salieron La habitación roja. Es otro grupo que he visto varias veces en concierto y que es también parte de la banda sonora del Sonorama. Su puesta en escena fue sobria y los he disfrutado más otras veces, pero me emocionó escucharlos ahí, sabiendo todo lo que se lo han currado.

Antes del plato fuerte de la noche, salió Javier Ajenjo a dar un pequeño discurso, básicamente para destacar todo el esfuerzo que habían hecho y agradecer a todo el mundo (trabajadores, músicos y público) la colaboración y reivindicar la cultura segura. Acabó contando una anécdota que me emocionó: cómo una de las personas con discapacidad le había agradecido el esfuerzo por hacer un hueco para las personas como ella, que llevaba toda la vida teniendo que bailar en su silla... Él lo contó mucho mejor.

Quiero aprovechar para reseñar el tema de la atención a la diversidad: hicieron adaptaciones como tener en la web las letras para descargar, mochilas vibratorias para las personas con discapacidad auditiva, intérprete de lengua de signos y subtítulos en los grupos que se habían unido a la iniciativa... Eso me sirvió para comprobar algo que he leído muchas veces cuando se habla de accesibilidad en páginas web o en aplicaciones: que las medidas que se toman para personas discapacitadas muchas veces ayudan también al resto de personas. A mí me sirvieron los subtítulos cuando había algunas palabras que no entendía. Eso sí, hubiese agradecido que fuesen más grandes porque con mi mala vista no los veía siempre porque estaban sólo en la pantalla que nos quedaba más lejos.

Tras el breve discurso, empezó el concierto de Vetusta Morla. Se notaba el interés porque pasaba continuamente gente buscando donde sentarse. Fue un concierto similar al que vi hace dos veranos en Gijón, con una ejecución perfecta y muy buen material visual. Empezaron fuerte y reivindicativos, pero también tuvieron momentos de calma. Hubo ocasiones en las que mucha gente se levantó de la silla (era difícil no hacerlo con los subidones tan perfectamente medidos) pero en general se sentaban rápidamente. Me resulta curioso que un grupo con canciones que no me parece que entren a la primera se haya convertido en referente del indie español.

Tras Vetusta fue el turno de Varry Brava, otros sobre los que no tenía conocimiento previo. Resultó ser otro grupo divertido, esta vez en una línea más bailable, con toques de música disco de finales de los 70 y sitentizadores de principios de los 80. No es tampoco mi estilo, pero lo hicieron bien.

El último grupo del festival fue Jack Bisonte. Me eran totalmente desconocidos y me sorprendió que, como el primer grupo del festival, fuesen también un dúo, aunque en este caso con trampa: llevaban mucho grabado. Al principio pensé que el cantante era inglés, pero resultó ser español. Tocó la guitarra y el piano, y bailó con movimientos de estrella del pop, cantando directamente a las cámaras. Lo hacía bien, pero tampoco es mi estilo de música.

Nos fuimos, ya cansados, porque bailar en las sillas también cansa. La verdad es que yo disfruté mucho el festival así y, si pudiera elegir, como ya estoy mayor, prefiero sentarme: mi espalda ya no aguanta 8 horas de pie. Lo ideal para mí sería un festival en el que tuvieses tu silla y pudieses levantarte y beber. Veremos cómo evoluciona la pandemia y qué pasa con los conciertos y los festivales. De momento yo me quedé con muy buenas sensaciones.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
11:40 p. m.

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