Escritos sobre música


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Luz de guitarras en llamas

~ sábado, noviembre 01, 2014 ~


Crónica del concierto de Quique González y José Ignacio Lapido en el Centro Niemeyer el 31 de octubre de 2014


Mientras nos acercábamos al Niemeyer, sonaba en el coche el Luz de ciudades en llamas y las columnas de humo de Aceralia daban un nuevo sentido a la canción. Algo similar pasó en el concierto: la banda híbrida que formaron Quique González y Lapido transformó sus canciones y nos permitió a los asistentes disfrutar de nuevas lecturas para las palabras ya sabidas. Un lujo.

El auditorio no estaba lleno, aunque es la vez que lo he visto con más gente: da una sensación de amplitud tan grande que parece imposible llenarlo. El escenario, que tampoco es pequeño, estaba bien surtido con un amplio catálogo de amplificadores e instrumentos.

Amplificadores de Víctor (un Music Man y un Fender)

Amplificador de Pepo (un George)

Los técnicos, uno del equipo de Quique y otro de Lapido

Cuando, con menos de quince minutos sobre la hora anunciada, los músicos salieron al escenario a interpretar Ladridos del perro mágico, un hecho llamaba la atención: el frontal de cuatro guitarras.

La banda interpretando la primera canción
En la mayor parte de las canciones, Víctor Sánchez y Pepo López usaban eléctricas y Quique y Lapido acústicas, aunque en algunas Lapido sacó su SG y Quique en ocasiones cantó a cuerpo.

Quique cantando sin guitarra Hotel Los Ángeles

Los músicos estaban dispuestos en dos líneas: el ataque, con las susodichas guitarras, y la retaguardia, con la batería de Edu Olmedo a un lado en lugar de la típica posición central, que estaba ocupada por el bajo de Ricky Falkner, flanqueado en el otro ala por el piano y el Hammond de Raúl Bernal. Ciertamente, es una alineación que funciona, aunque después de haber visto la disposición que utilizó sobre el mismo escenario Jero Romero, con los músicos mucho más apretados, me pregunto si esa configuración compacta no facilitará la comunicación entre intérpretes.

Configuración de la banda de Jero Romero sobre el mismo escenario un par de meses antes

No se me malinterprete: no faltó comunicación ni espíritu de banda. Incluso en los extremos, se podía apreciar el diálogo entre Víctor y Pepo. Pero es que todavía estoy anonadado por el efecto conseguido por Jero y los suyos.

Un detalle que me llamó la atención es que además de profusión de guitarras, había derroche de voces: hasta seis sonaban a la vez cuando todos menos Edu cantaban en muchas de las canciones.

Para mí el mayor acierto del concierto es la naturalidad con la que el repertorio perdió su adscripción: a alguien que no conociese las canciones de antes no le sería fácil decir de quién era cada una, excepto tal vez por el estilo lírico tan marcado que tienen las hijas de Lapido. Las cantaban al alimón, como si siempre hubiese sido así y, también, sin que diese la sensación de que había habido un reparto buscando algún tipo de equilibrio forzado.

Yo esperaba que las canciones de Lapido mejorasen al ser cantadas por Quique, que tiene una voz que me gusta mucho más. Lo que me sorprendió fue que también se dio el efecto contrario. Por ejemplo, Vidas cruzadas, que aunque resultona en directo nunca ha sido una de mis canciones favoritas del madrileño, ganó una intensidad y una rabia nuevas en la garganta del granadino.

Otro acierto fue la elección de canciones, sobre todo en las de Quique, que dejaron de lado muchas de sus más habituales (en la parte conjunta, ¡sólo sonó En el backstage de sus cuatro primeros discos!) para incorporar otras que no toca tanto. La más sorprendente: Se equivocaban contigo. Pero no sólo en la propia elección de canciones había sorpresas, sino también en su interpretación. En Kid Chocolate, hubo un final instrumental muy logrado, Me agarraste sonó muy distinta y en Algo me aleja de ti hicieron una versión que no era ni la que grabó su autor originalmente ni la de la versión registrada por el madrileño en Daiquiri Blues.

En definitiva, se notaba mucho trabajo detrás de los arreglos y cuando se tiene a unos músicos así, con pelos a veces largos pero siempre encanecidos, eso sólo puede dar buenos frutos.

La sección rítmica me gustó mucho. La mejor forma de definir el trabajo de Edu Olmedo es «solidez», aunque sea un tópico para describir baterías; no hubo florituras ni excesos, pero incluso el detalle de marcar el tempo en canciones en las que empezaba un músico solo proporcionó una base sobre la que armar las canciones sin peligro de derrumbe. A mí me gustan mucho esos baterías que dirigen la banda por donde tiene que ir casi sin notarse.

El bajo de Rick Falker me sorprendió: estaba en su sitio, la base junto a la batería, pero de vez en cuando hacía pequeñas melodías o riffs que sonaban muy definidos y entraban justo cuando tenían que entrar.

Le tengo mucho cariño a Víctor Sánchez: esa pasión que pone al tocar, sin parar de gesticular y de moverse, se transmite en los sonidos, muy bien escogidos, de su guitarra y no suena a postureo vacío sino a todo lo contrario, a desinhibición, a expresión de su amor por la música.

Víctor Sánchez levitando

Por desgracia, no pude casi apreciar la guitarra de Pepo: desde nuestra primera fila muy lateral, no se oía más que ocasionalmente cuando se quedaba solo.

Los pianos de Raúl Bernal también contribuyeron con éxito a cimentar el edificio instrumental sobre el que brillaban las letras de los dos principales protagonistas. El órgano (me quedé con ganas de saber qué modelo era) añadía el toque de intensidad adecuado cuando era necesario.

Al hablar del cantautor madrileño, voy a empezar, para quitarlo de en medio, con un detalle que preferiría que mejorase: esa costumbre de separarse del micro en los agudos que hace que se pierda el sonido y la voz quede fuera de plano. Por lo demás, estuvo muy bien. Como el resto de los músicos, se notaba que  estaba disfrutando del momento. En la presentación del equipo dio las gracias al técnico de monitores por el sonido que habían tenido en el escenario, un gesto que denota lo cómodos que habían estado.

Entiendo su felicidad: es sólo unos días más viejo que yo, así que puedo imaginarme que, como yo, en su juventud escucharía las canciones que Lapido escribía para 091 con la admiración y el deseo de hacer algo así que nos invade a los que nos gusta hacer canciones cuando reconocemos a alguien que tiene un lenguaje propio y consigue crear obras que tienen ese aire de inmejorables, casi de necesidad, en el sentido de todo lo contrario a contingencia. Me gusta que Quique propusiese Nubes con forma de pistola de aquella época porque es también una de mis favoritas, una canción que he tocado mucho, como demuestra el hecho de que la eligiese para abrir el vídeo de homenaje a 091 que publiqué hace tiempo. Eso sí, ayer pude comprobar que, para variar, la toco mal.

La calificación de «maestro» es merecida para Lapido. Estuvo como en los dos conciertos que le he visto con su banda, serio, centrado en la interpretación, en que suenen bien esa música y esas palabras que, en definitiva, eran las verdaderas protagonistas de la noche. Pero como muestra de que a pesar de su rostro serio está disfrutando por dentro, llegó a sonreír el tramo final cuando Víctor no pudo evitar cantar un estribillo en el micro de Quique. Me gustó mucho en sus solos, cuando pisaba el pedal para que su SG tomase el lugar central.

Una diferencia con los dos conciertos anteriores de Lapido que he visto es que aquí el sonido fue mucho más claro, probablemente gracias a la buena acústica del teatro. Como hago siempre en estos casos, no puedo dejar de señalar que, aunque estoy viejo y me gusta mucho poder escuchar bien todo, el rock no se hizo para teatros. Esta banda requiere libertad para los pies y el cuerpo. ¿Cómo circunscribirse a un asiento en algo como este Cuando por fin?

Sólo hubo un hueco para la intimidad. En la vuelta del primer bis apareció Quique solo y cantó, dedicada a Máster, su road manager, Reloj de plata. Preciosa, y un recuerdo de que cuando está ahí, solo con su guitarra, tiene una magia especial. Luego, en el regreso para el segundo bis, Lapido salió acompañado sólo por Víctor y Raúl para hacer esa obra maestra que es En el ángulo muerto. Creo que el hecho de que José Ignacio no saliese solo muestra que los dos protagonistas, que tan bien funcionan juntos y tanto tienen en común, vienen sin embargo de escuelas distintas.

En el último tramo, hicieron Clase media y como antesala del final hicieron otra canción que debería formar parte de cualquier antología del rock en español: Cuando el ángel decida volver, y acabaron con un Dónde está el dinero, que en estos días de imputados que pagaron con dinero público cacerías con testículos en la cabeza, póker y putas suena más actual que nunca. Añadieron al final un pequeño estribillo con el título de la gira: Soltad a los perros, que integrado en la canción ganaba un nuevo sentido.

El concierto se me hizo corto aunque, según indican los tiempos registrados por el móvil en las fotos, duró dos horas. Acabé con la sensación de que esta es una gira que va a entrar en los anales de las giras conjuntas de la música española, al lado de aquella de Kiko Veneno y Juan Perro.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
1:58 p. m.

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