Escritos sobre música


Powered by Blogger

Licencia de Creative Commons
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

La música en la era de la informática

~ domingo, enero 28, 2007 ~


En mi vida habitual soy circunspecto, aburrido, desapasionado, hasta soso. Madrugo para ir a trabajar, hablo poco, soy muy discreto en la cola de supermercado y pago mis impuestos con cívica religiosidad de ateo que cree en la necesidad del estado. Pero hoy voy a escribir como si estuviese borracho. Aunque lleve muchos años sin beber. Mañana volveré a ser el que soy siempre, pero hoy necesito esta licencia.



Vengo de ver el mejor concierto de mi vida.

Me he pensado mucho cómo empezar. Buscando como siempre la verdad, me he preguntado si es cierta la frase de arriba. He visto muchos conciertos, de AC/DC a Iron Maiden, de Ray Charles a Maceo Parker, de Barón Rojo a Burning, de Irakere a Omara Portuondo, de Quique González a Kevin Johansen... Pero ahora, al menos en este momento la frase es totalmente cierta: vengo de ver el mejor concierto de mi vida.

Todo empezó a la luz de un faro. Como en el disco. Sí, ese disco que a Vega no le convenció, que yo me bajé y fui escuchando de fondo —como no se debe escuchar la música— mientras programaba, hasta que de repente me llegaba un destello de una frase, o se destacaba una canción y tenía que volver a ponerla y escucharla sin teclear. Ese disco que acabé comprando hoy, en el Carrefour —como no se debe comprar la música— de la que compraba paté, detergente y unas pilas. Ese disco en el que Jorge Drexler se ha rebelado contra sí mismo, ese disco que es como el reverso tenebroso del hombre que cantaba que todo es muy simple y ahora afirma que la vida es más compleja de lo que parece, el eco de «Eco», un eco respondón... Y no, no estoy cayendo en la trampa de creer que de los buenos sentimientos no se puede hacer arte, y tampoco comparto —de hecho, me rebelo contra— esa creencia tan extendida de que la tristeza o lo negativo sea más profundo que la alegría, y sigue emocionándome un verso de «Madre Tierra», y las décimas del moro judío, y «La luna de espejos» sigue siendo mi canción favorita suya. Pero «12 segundos de oscuridad» es también una obra maestra, la continuación más inverosímil de «Eco» y, sin embargo, claramente hija de él.

Uno de esos días programando me preguntaba qué pasaba, porque le daba al play en la primera canción y el disco no empezaba. Tuve que subir el volumen para apreciarlo: el disco comienza con un sonido que va creciendo y se va cada 12 segundos. Eso es Arte: hacer visible con sonido la silenciosa luz de un faro. Y justo así comenzó el concierto, pero allí con un haz de luz acompañando al sonido. Hay mucho en esa canción, en ese canto de marinero perdido en la noche cerrada que apenas se abre se vuelve a cerrar. Cuando empezó a tocar toda la banda, supe el significado exacto de la expresión «quitar el aliento»: no podía cerrar la boca pero tampoco podía respirar. Podría decir que era como un niño descubriendo cualquiera de esas maravillas que tópicamente pasman a los niños, pero yo nunca me sentí así de niño, nunca fui tan niño como asistiendo al espectáculo que Drexler y los suyos desplegaban en el Jovellanos.

Todo era perfecto: el sonido, la música y el aspecto visual. A mí «el aspecto visual» de los conciertos me la suda, por decirlo mal pero claro. En cualquier otra ocasión, que estuviera hablando de ello significaría que el concierto cojeaba por donde no puede cojear nunca un concierto: por la música. Este no es el caso, y así todo tengo que destacar los juegos de luces y las imágenes sobre las cuatro pantallas del escenario, lanzadas por Nacho Benedetti, quien se encargaba también de las programaciones de audio.

Yo no quería que fuese así, pero el texto manda sobre mí: debería seguir hablando del éxtasis en el que me encontraba, pero he mencionado las programaciones y tengo que hablar de ellas. A mí me pasa con la música electrónica lo que le pasaba a Jorge «Ilegal» con los pasodobles: que la odio y cuando la escucho me salen granos y lo paso fatal. Y, sin embargo, aquí consiguieron que la amase. Y no es que sea el primer concierto con ruiditos al que asisto: he visto, por ejemplo, a Yann Tiersen o a Gotan Project, pero la banda de Jorge Drexler está a años luz de ellos. Mucho más adelante en el concierto, todavía sin salir de mi asombro pero habiendo recuperado un mínimo de capacidad de raciocinio para intentar entender a lo que estaba asistiendo y no ser sólo puro sentimiento, me llegó la idea como un relámpago de clarividencia: es música ciborg, mitad persona, mitad máquina, tan perfectamente imbricadas ambas partes que forman un solo ser vivo. Dice Drexler en una de sus canciones que la máquina la hace el hombre y es lo que el hombre hace con ella, y aquellos hombres demostraron que se puede transmitir el alma a una máquina, que se puede transmitir el alma a través de una máquina para que llegue a otras almas de complicados simples mortales. Para mí, que amo mi profesión, la Ingeniería Informática (aunque algunos no quieren que sea una profesión, podéis encontrar más información aquí), no porque sea un inadaptado social que encuentra los ceros y los unos más atractivos que las personas, sino porque me asombra lo que se puede hacer con los ordenadores, es un placer ver empleadas las máquinas de esta manera, para llegar más adentro y no para aturdirse, como tanta música de baile que parece sólo compatible con las sustancias psicoactivas, o que parece encorsetada en una rígida estructura repetitiva. En el escenario del Jovellanos, en cambio, Drexler y sus músicos estaban haciendo jazz, el estilo más libre de música, con la informática.

Y eso que tuvieron sus problemas. Primero, a Huma, el guitarrista de los efectos raros, se le estropeó el amplificador. Luego no sé que le pasó a Drexler: un ruido extraño apareció por los altavoces y acabaron apagándolos. Él se sentó al borde del escenario e interpretó «Eco». Fue maravilloso: sólo él y su guitarra, sin micrófonos, en un teatro demasiado grande para que la música llegase a todos los rincones: había que inclinarse, acercarse para recoger las notas, que llegaban como ecos de melodías lejanas... Luego lo intentó también con «Guitarra y voz», pero aquí llegó a ser tan bajo el volumen que la gente empezó a quejarse y volvió a utilizar la amplificación. Más tarde se disculpó, de una manera muy humilde, por haber cometido ese error. A mí me sorprendió: desde mi punto de vista, la gente que se quejó no estaba sabiendo apreciar el momento mágico; Drexler, sin embargo, asumió el error como propio, algo impensable en esta sociedad donde nadie reconoce errores propios ni aún cuando sean flagrantes. No me gustan los héroes, pero es imposible no admirarlo...

Como regalo de disculpa, pidió al público que escogiese una canción. Empezaron a sonar las peticiones, hasta que en un momento de silencio sonó una muy clara: «Algo de los Beatles», y Jorge se marcó, solo y de memoria, un «When I'm Sixty-Four» que demostró que domina el cancionero del pop, igual que domina el brasileño de la bossa y el tropicalismo, e incluso el rock del gran país de habla portuguesa (interpretó más tarde la versión de «Disneylandia» de Arnaldo Antunes), así como el rock de toda la vida cuando dejaba la española y cogía una guitarra de semicaja tipo Epiphone en la que a veces utilizaba efectos psicodélicos. También domina el jazz y emplea técnica de guitarra clásica: tiene toda la música que se ha hecho hasta ahora dentro, y sabe sacarla haciendo algo nuevo, que la lleva más allá, sin que la originalidad esté supeditada a la belleza, ese error tan común.

Volvió toda la banda y siguieron recorriendo un repertorio que constó casi en exclusiva de canciones de los dos últimos discos. Si mi memoria no me falla, lo único que tocaron de entregas anteriores fue «Era», esa canción que durante años me fascinó con su ritmo imposible y al mismo tiempo tan fácil y que está en uno de los discos uruguayos y en el primer disco publicado en España; el candombe «Memoria del cuero», que contó con la participación del técnico de sonido en la percusión, al igual que ocurrió en «Tamborero»; y «El pianista del gueto de Varsovia». Esta canción fue tremenda. Empezó utilizando su pedal de grabación, creando sobre la marcha unos loops con voces que sonaban a grito de sufrimiento, y acompañado sólo por ellas y por el tremendo contrabajo, a veces tocado percutivamente a veces tocado con arco pero siempre de manera magistral, de Miguel Rodrigáñez. Nuevamente llegó la emoción, el Arte, esa cosa tan elusiva.

Es una pena no tener la lista de canciones y poder ir recorriendo el concierto de nuevo paso a paso. Eso también lo pensé nada más acabar: que podría verse entero otra vez, otras veces, fijándose en los miles de detalles perfectamente engranados que ponían en movimiento aquellos músicos. Además de los ya nombrados, estaba el que probablemente más me impresionó: Borja Barrueta a la batería. Era increíble. Manejaba las baquetas, las escobillas, las mazas, incluso los dedos, pero con las baquetas, con las escobillas y con las mazas también conseguía tocar de esa manera que sólo pueden tocar unas manos. Era como si hubiera convertido la batería en una guitarra. O en un cuerpo de mujer: cada vez que entraba en contacto con su superficie, le arrancaba un sonido, muchos que yo nunca había escuchado en una batería. Se me caía tanto la baba que al final la agoté: ya no me podía creer aquello.

Y es que el sonido, aparte de los incidentes indicados al principio, fue perfecto: se oía todo con una nitidez asombrosa, cada detalle de cada instrumento, los matices y los silencios, las programaciones y las cuerdas de tripa, la voz perfecta de Drexler y el sonido grave del bombo reforzado por un bombo exterior.

¡Ah, ya se me va olvidando lo que acabo de vivir! ¡Se me escapa y no quiero que lo haga! ¡Rápido, todavía las canciones que recuerdo! La «Milonga del moro judío», que tocó sin amplificación en el concierto de Oviedo de hace un par de años, como conté aquí, esta vez fue con banda; en el «High and Dry» de Radio Head se quedó solo con las programaciones y volvió la luz del faro, con sus doce segundos de oscuridad, justo cuando yo quería ver los acordes de esa guitarra afinada en re, para comprobar si eran los que había sacado por la tarde, deslumbrado por cómo podía coger una canción ajena y cambiarla y hacerla suya y, al mismo tiempo, no destrozarla y sí dejarla totalmente reconocible; y la «Hermana duda», esa hermana que nos hace medio hermanos a él y a mí; y «Transoceánica» sonando mejor que en el disco; y las gafas que utilizaba para ver la letra sobre el atril y que sacó por primera vez en «La infidelidad en la era de la informática», esa canción donde consigue el más difícil todavía de meter sonidos habituales de los ordenadores dentro de una partitura, mérito por el que creo que también hay que felicitar a Juan Campodónico, el productor y responsable junto con Drexler de ese sonido tan personal que es, para mí, la mejor vanguardia del arte actual, tremendamente complicada desde el punto de vista técnico, que introduce la tecnología en el arte más antiguo que llega desde los mismos negros que fueron llevados a América, un arte, el de Drexler y los suyos, que está al máximo nivel mundial, porque al lado de todo el sonido, están unas letras en las que por fin ha pulido algunos defectos que se notaban en sus primeros discos y ya son perfectas, y consiguen reflejar todas las caras de la realidad, no sólo una como hacía en anteriores entregas.

Hubo dos bises. En el primero acabó con tal vez su canción más conocida y una de las más rítmicas que interpretó, «Todo se transforma». En el segundo tocó «Salvapantallas» (nuevamente, ¡cómo es capaz de hacer poesía con la informática!) y acabaron con «Tamborero», una canción que no me gusta en su versión disco pero que en directo sonó tremenda.

Hace mucho sueño. Llevo dos horas escribiendo. Se me está borrando el recuerdo. Es triste perder la memoria exacta de algo tan hermoso. Es triste saber que hay cosas que tan buenas y que sólo pueden durar un tiempo finito. Ahora volvemos a los 12 segundos de oscuridad. Otro día nos volverá a alumbrar la luz del faro y entonces volverá la magia. Son necesarios esos 12 segundos de oscuridad para apreciar toda su deslumbrante presencia, para que sirva de referencia y nos guíe al buen puerto de la felicidad.

Etiquetas: ,

Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
2:08 a. m.

Comentarios (12)

Anonymous Anónimo ~ 3:54 a. m. #

Yo tambien estuve ahi....
Muy bueno, si señor... cuando reventó aquello, recogió el guante y se hizo más grande aún... las dos canciones que toco sin amplificacion (mas bien una y media) fueron una delicia, aun con la guitarra a medio afinar, y sin posibilidad de oirle en condiciones, al menos desde arriba...
Esa manera de agarrar el desastre y convertirlo en un regalo lo dice todo...

 

Anonymous Anónimo ~ 10:43 a. m. #

Hermano, se me han saltado las lágrimas. Yo quería estar ahí! Creo que fue bastante distinto del concierto en Berlín, donde estaba el solo, sin banda. Ese chaval es un genio. Por cierto, ya era hora de que apreciases los aspectos visuales de un concierto y la eléctronica. Y Drexler no es el único que sabe usar ambas posibilidades para hacer algo impresionante. Ves, por eso quería yo comprarte un pedal de efectos estas navidades, se pueden hacer unas cosas tremendas con ellos, claro, que a lo mejor tienes que ser medio genio.

Vienen en las próximas semanas Gotan Project y La Chicana. A lo mejor voy a los dos pero si tengo que escoger, creo que me quedo con la Chicana. Tú que dices?

 

Anonymous Anónimo ~ 11:42 a. m. #

Drexler viene a Alicante en breve, y estaba pensándome si ir o no ir, puesto que, aunque algunas canciones me gustan, no lo he oído lo suficiente.

Pero tus palabras me han dado el empujón que necesitaba. Mañana mismo compro la entrada.

 

Anonymous Anónimo ~ 12:41 p. m. #

Pablo: Efectivamente, demostró que sin toda la informática sigue siendo muy bueno.

Sarnina: Sí, fue muy distinto al de Berlín, que se debió de parecer más al que vi hace dos años en La Felguera. He visto a mucha otra gente haciendo historias con electrónica y lo que pasa es que no tienen esa base de ser canciones tremendas si todo eso, o que se pasan añadiendo electrónica por añadirla; nunca he visto a nadie que esté en el punto perfecto, como Drexler. Para eso hay que ser un genio. Yo, con un pedal de efectos raros, no haría nada interesante.

A mí Gotan Project no me emocionaron. Yo iría a La Chicana, aunque no los he visto nunca.

Sergio: Esto de los gustos es muy subjetivo, pero creo que te puede gustar, porque un concierto de Drexler se puede apreciar desde distintos puntos de vista y es fácil encontrar al menos uno que te atraiga. Ya contarás cuando lo hayas visto.

 

Anonymous Anónimo ~ 1:49 p. m. #

Sarnina: Otra cosa que quería comentar es que quizás dediqué mucho espacio en la crónica a todo el asunto informático, pero lo que más me impresionó fue, sin duda, el batería, cómo con elementos orgánicos hacía unos sonidos increíbles. Sin eso, no habría esa sensación de asombro.

 

Anonymous Anónimo ~ 2:32 p. m. #

a mi he ha pasado como a tu hermana... joder!! sólo puedo decir: PRECIOSO con la boca abierta muy abierta y los dientes largos muy largos

 

Blogger daniel ~ 9:01 a. m. #

gracias guillermo,por ese regalo que nunca te agradecere lo suficiente,para mi tambien fue el mejor concierto de mi vida

un abrazo

 

Anonymous Anónimo ~ 6:23 p. m. #

Fantástica crónica Guillermo.

 

Anonymous Anónimo ~ 10:57 p. m. #

Vega: Pues nada, en cuanto tengas oportunidad, no te pierdas a Drexler.

Dani: Me alegro de que no te lo perdieras porque sé que poca gente lo va a disfrutar como tú :-)

Sirenita: ¿No viniste esta vez?

 

Anonymous Anónimo ~ 11:20 p. m. #

intuyo que me va a gustar menos el concierto q tu crónica. madrid no pudo ser porque yo estaba fuera por navidad, pero ya veremos!!

 

Anonymous Anónimo ~ 11:32 p. m. #

Pues no Guille y mira que me gustó la otra vez. Menos mal que estas tu para contarnos y de paso ponernos lo dientes largos :-)

 

Anonymous Anónimo ~ 2:32 a. m. #

No sé bien ni que decir, se me están saltando unos lagrimones leyendo la crónica… IMPRESIONANTE, nunca será lo mismo que haber estado allí, pero yo también estoy ahora con la boca abierta y la piel de gallina. Gracias por transmitirnos todas esas sensaciones!! (de nuevo la envidia, ainsss, soy peor de lo que pensaba…)

Respecto a la combinación informática/música, yo sigo pensando que el fondo es el fondo, las buenas canciones, arropadas o desnudas, están ahí. Tecnología y arte, o barriendo hacia mi terreno, bioinformática (que parece un contrasentido), lo de siempre, todo es cuestión de cómo se aplique. Pero es cierto que hay que ser muy grande para mantener el equilibrio y no cruzar la línea que separa el auxilio del exceso…. Drexler me parece un genio...

Mmm….confieso: no he escuchado aún 12 segundos de oscuridad entero. Odio escuchar música en el ordenador mientras hago otras cosas, y cuando no me queda otra más bien re-escucho para que mi atención no se disperse demasiado…de esta semana no pasa, después de leerte tengo más ganas si cabe…

 

<< Home