Escritos sobre música





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Calamaro: te odio y te amo

~ jueves, julio 26, 2007 ~

Hoy he descubierto «5 minutos más (Minibar)», el single de adelanto del nuevo disco de Calamaro: Cuando lo puse no sabía que iba a encontrarme, pero con el primer segundo de la canción ya me cabreé: ¡Mierda de sonido! Odio esas baterías. Me revientan. Me salen granos y me siento fatal, me dan ganas de vomitar, como decían de los pasodobles los Ilegales. Yo soy uno de esos fan esquizofrénicos de Calamaro. Este mismo fin de semana estuve disfrutando de una de esas obras de arte que para mí no desmerecen a la Gioconda, la capilla Sixtina, un poema de Homero o un aria de Verdi: la versión que hizo de «El trovador». Es impresionante desde la introducción de armónica hasta la voz con que se dobla en ese verso maravilloso que dice: «Y si en esta andanza un día me espera la vejez / ya mi niñez le hará la segunda voz». Esa voz que es un prodigio: hace dos fines de semana estuve sacando la melodía de mi canción favorita de Los Rodríguez, «Engánchate conmigo», y quedé alucinado de las notas que empleaba, esos deslices cromáticos por la escala menor que luego también borda en el solo Ariel. Pero luego hace cagadas, sin carcajadas ni arcadas, cuando las canciones son pura fórmula y la producción es mala. En «El salmón» demostró con creces cómo se pueden desaprovechar buenas ideas y este nuevo single me parece un nuevo ejemplo. Así que aprovecho para dejar constancia aquí de mi amor esquizofrénico y pongo dos textos que escribí sobre él. Los releo ahora y me dan ganas de abofetearme: cómo puedo ser tan payaso de pretender hacer un juicio final sobre una obra, cómo puedo hablar en plural cuando hablo sólo de mí, cómo puedo utilizar esas palabras raras por el mero gusto de exhibirme... Si un crítico es un músico frustrado, yo soy un crítico frustrado: la segunda derivada de la frustración. ¿Y ahora que estoy haciendo autocrítica estoy ya en la tercera derivada...? ***

Como sólo un argentino

[4 de noviembre de 2000]
Y esas crisis que la mayoría de la gente considera como escandalosas, como absurdas, yo personalmente tengo la impresión de que sirven para mostrar el verdadero absurdo, el de un mundo ordenado y en calma, con una pieza donde diversos tipos toman café a las dos de la mañana, sin que realmente nada de eso tenga el menor sentido como no sea el hedónico, lo bien que estamos al lado de esta estufita que tira tan meritoriamente. Los milagros nuca me han parecido absurdos; lo absurdo es lo que los precede y los sigue. «Rayuela». Julio Cortázar
Hay muchas Argentinas dentro de la Argentina. Y muchos argentinos. Como en cualquier país, hay muchas personas y cada uno lleva una patria dentro y se cree que pertenece a esa patria supuestamente compartida, que sin embargo es distinta. No existe la patria común, aunque se obstinen en creerlo. Existe el país o el estado compartido, una simple conveniencia burocrática, nada más. Sin embargo, hay ciertas características que se atribuyen a un lugar, algunas veces por parte de los propios habitantes, otras por parte de los extranjeros. A menudo acaban apareciendo patriotas que se las creen firmemente y serían capaces de morir por esas ideas absurdas y fatuas. Así que hay muchos argentinos en la Argentina y hay al mismo tiempo muchas ideas preconcebidas sobre ellos. En el país en el que yo vivo, la más común es que la mayor parte de la población es psicoanalista o aspira a serlo. Y es que da la sensación de que allí hay una asignatura en el colegio en la que se estudia exclusivamente a Freud y Jung. Y el resto deben estar dedicadas a la lengua, tan asombroso es el dominio de las palabras que parecen tener todos los procedentes del país plateado. Juntando estos dos tópicos resulta la imagen arquetípica de los argentinos: personas de una facundia algo hermética. Y es que da igual que sean entrenadores de fútbol, escritores, profesores de baile de salón, mediums o verdaderos psicoanalistas: se lanzan con virtuosismo a que su lengua moldee frases intrincadas a la menor oportunidad. No sé si será ese acento tan particular, pero suelen conseguir una cierta impresión de solvencia. Y parece que en Buenos Aires desde los matones más rastreros hasta los mejores situados son, en el fondo, filósofos, escrutadores del alma humana y de la mente del mundo. "Sabihondos y suicidas", que decía el tango. Dejando de lado profesiones alejadas del entorno de la música, los dos escritores argentinos más conocidos son un claro ejemplo de ese modo especial de decir. Borges se consagró en cuentos cargados de cultura y misteriosos mundos y frases. Cortázar creó cuentos no menos audaces y dio forma a la novela más extravagante que se ha publicado con cierto éxito, "Rayuela", y a otra aún más ajena a la lógica del común de los mortales: "62/Modelo para a(r)mar". La obra sobre la que voy a divagar y que merece esta larga introducción es una extravagancia en la que se mezclan ideas, músicas y textos como sólo un argentino en ejercicio podría mezclarlas. La "Honestidad brutal" de Andrés Calamaro le ha llevado a dejarse llevar, a poner en canciones grabadas con premura las ideas alucinadas que tomaron su cabeza, a seleccionar menos de lo que se debe seleccionar, a encontrar diamantes y no perder el tiempo en pulirlos. *** [Lo siguiente lo debí de escribir en julio de 2006] Esta larga y pedante introducción la escribí en el año 2000. Y ahí me quedé. Tenía la intención de comentar todas las canciones de "Honestidad brutal" y, al final, no hablé de ninguna. Pero el final todavía no está escrito: hoy me apetece volver a divagar sobre ellas. "Honestidad brutal" es uno de mis discos favoritos y, sin embargo, no lo tengo. Me pilló en la época en la que creía que era mejor no guardar nada, ni quiera copia de los CDs que me gustaban. Tuve en préstamo de un amigo el disco durante una temporada y escuché muchas canciones. Tiempo después volví a pedírselo y copié, como relleno del "Raíces al viento" de Juan Perro, algunas canciones del disco 2. Y las escuché mucho. Pero no estoy empezando por el principio. En realidad el disco llegó a mí de una manera mágica. Estaba en Madrid. Había tenido la peregrina idea de ir a visitar museos y conocer la ciudad en pleno agosto. El 11/08/1999, después de visitar el Thyssen Bornemisza, fui a la plaza de Santa Ana, donde había estado el día anterior y había escuchado unos boleros de La Lupe. Tenía calor y quería probar algo nuevo. Me acerqué a una terraza y pedí "Una chufa"... El cachondeo del camarero fue grande. Son malos tiempos para lírica: nadie entiende ya las metonimias. Luego me senté con mi horchata y me puse a escuchar lo que sonaba por los altavoces. No tardé mucho en identificar la voz: a Calamaro no hay quien lo confunda. Eran canciones que no conocía. Y parecía que estaban escritas justo para mí: "Me voy a sentar en un bar / a ver a la gente pasar". O esa otra:
A las heridas hay que dejarlas sangrar, mientras siguen abiertas solamente hay veneno en las venas. A las heridas mejor dejarlas ahí, ahí donde están si están abiertas por algo será que venga alguien a cerrar a las heridas dejarlas vivir a las amigas tenerlas ahí si las puertas siguen abiertas (mucho tiempo) alguien podría venir
¿Y qué decir de "sí te falta una imagen quiero que me recuerdes así con el viento en las velas"? Bajo la sombra y solo, con el viento en las velas en medio de la meseta, fui feliz. El disco completo lo escuché tiempo después. Hubo canciones que no me gustaron y canciones que todavía no me he cansado de escuchar: "Negrita", "Aquellos besos", "Mi propia trampa", "Naranjo en flor" (¿qué le habrán hecho mis manos, qué le habrán hecho...?, y la voz de anciano de uno de los hermanos Expósito, autores de uno de mis boleros favoritos, "Vete de mí"), "Me pierdo", "No tan Buenos Aires"... Esas son de las que copié del segundo disco. Hice otra selección del primero años después: "Cuando te conocí", "Te quiero igual", "Una bomba" (esa sonó otra noche que nunca olvidaré) y, sobre todo, "Jugar con fuego":
Es inmoral sentirse mal por haber querido tanto. Debería estar prohibido haber vivido y no haber amado.
Aquí estoy, años después, todavía disfrutándolas, y completando de mala manera aquel texto que empezó con tantas pretensiones. Sólo quería transmitir lo intransmisible, aquellas sensaciones que vuelven y revuelven todavía hoy, una luminosa mañana de fiesta.

Sincero pero ingenuo

[18 de febrero de 2001] Andrés es un ingenuo. Cree que es más sincero, más fresco, arte de mejor ley, dejar las canciones tal como salen. Pero el artista no es el que sirve la carne cruda: es el que elabora los platos y, de la materia prima que caza mediante su imaginación, hace piezas maestras. Es un ingenuo, Andrés, porque cree también que ir siempre contra corriente es siempre bueno. Pero ir contra corriente no es un valor en sí mismo. Si el río, por casualidad o destino, coincide que va en la dirección correcta, oponerse es simple y llanamente errar. Andrés es sincero, a pesar de su calculada frescura. En estas canciones de "El salmón" está lo que quiere hacer. Se olvida, sin embargo, de que la música no se hace sólo para uno mismo. Se puede hacer así, pero entonces, no debe grabarse ni debe venderse. De acuerdo, la frescura también tiene su valor. Pero no el suficiente. ¿Se escucha Andrés? Probablemente no. Probablemente esté haciendo nuevas canciones y no pierda el tiempo escuchando estas que ha dejado reflejadas en un disco. Pero los que nos hacemos con el disco queremos disfrutar y sentimos algo parecido a la decepción que nos asola cuando la vida no es tan buena como podría ser. Esa es la primera impresión. En algunas canciones hay disfrute en esa primera vez por descubrir algún ripio gracioso. Pero este tipo de canciones, como los chistes, pierde en seguida la gracia cuando se escucha más de una vez. Y las buenas canciones son las que se pueden escuchar durante muchos años, las que se pueden paladear en el recuerdo y tararear en la soledad. Las que nos hubiese gustado escribir. Hay en "El salmón" ideas para canciones muy buenas, ideas que trabajadas darían para canciones eternas, de esas que pasan a formar parte de tu vida. Pero están malgastadas. Por ejemplo, "Horizontes". Es una buena poesía, una melodía adecuada, un sentimiento desnudado, atrapado vivo en la melancólica melodía. Estos versos son enormes:
Soy un anciano sin reencarnaciones para ir buscando horizontes.
¿Pero por qué desperdiciarlos con ese tratamiento de la voz y esa guitarra que molesta? ¿Por qué no hacer que la canción dure lo que suelen durar las canciones? Los tres minutos y pico no son nada más que una exigencia comercial: son lo mínimo que necesitamos para vivir en una canción.
Hay canciones más desaprovechadas. Cerca de la anterior está "Un barco un poco". De nuevo versos magníficos: La canción de los puertos que no veremos nunca, donde no volveremos juntos los dos. [...] Para mí mirar un puerto es sentirme un barco un poco
Pero esa maldita guitarra con gua-gua y el bajo con timbre adulterado... ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Y de dónde sale ese gusto por las canciones a medio hacer? Encima, la supuesta originalidad y el ir en contra de la corriente desembocan muchas veces en un nuevo tópico. Verbigracia: esos finales en los que la batería para unos cuantos compases antes que el resto de los instrumentos, como si se hubiera cansado de tocar, mientras que las guitarras, el bajo, el piano siguen haciendo cosillas... Una vez está mal, pero tantas como lo emplea Calamaro es un crimen que se debería pagar con pena de cárcel. Entre las dos canciones que acabo de comentar hay una extraña para este disco: "Lorena". Es un pedazo de rock del de toda la vida, casi completamente finalizado. Tampoco es deslumbrante, pero es agradable escucharlo y eso se valora entre tanto boceto. En "Lorena" es de los pocos sitios donde las guitarras -y el resto de los instrumentos- suenan decentes. Otra guitarra casi completamente escuchable es el boogie-woogie festivamente llamado "Lámeme el orto" y que comienza con esta definición donde yo me reconozco:
Somos todos iguales, leímos Stephen King, "Cementerio de animales" como subnormales, hasta leímos "Christine", hasta leímos "It".
Sí, yo leí mucho a Stephen King y leí todos esos libros citados. Pero me cansé de sus historias y de sus personajes. Y tal vez Calamaro no ha caído en la cuenta de que tiene un punto muy en común con Stephen King... Y no es el orto, sino su fecundidad. Pero es raro que lo mucho sea todo bueno. Volviendo a "Lámeme el orto", tiene un gran ritmo, pero a mitad de la canción se detiene la batería como si fuese un fallo, como si el batería hubiese creído que era el momento de acabar la canción y luego, como vio que el resto seguían, volvió a tocar. Por supuesto, el final es nuevamente así: cuando le parece, el batería se detiene y los demás siguen un rato. Veredicto: Culpable. Condena: 666 años y un día de cárcel. Hay mucho blues y mucho rock'n'roll en este disco. No está mal. Cuando está bien hecho. Pero muchas veces parecen simplemente pareados puestos sobre estructuras gastadas e interpretadas sin verdadera convicción. Hay también mucha ranchera y mucho reggae. Las canciones de estos estilos de Calamaro adolecen todas del mismo defecto: un parecido muy grande entre ellas. Discúlpenme el atrevimiento, pero haciendo canciones así, también yo hago 103 canciones en un año. Y en menos. Y es que no basta una buena frase para hacer una buena canción. Hay todavía otro tipo de canciones "una frase, un estilo, una canción": las canciones funk. Unas palabras que se repiten, una batería funky, con un bajo funky, habitualmente sin modificar la armonía y con variaciones sobre el mismo dibujo durante toda la duración. Si a Calamaro le gusta, a mí no. Me aburre. Nos es fácil ser James Brown. En el apartado de las versiones, se agradece que no haya escogido las de siempre de los Beatles, aunque tampoco éstas me dan más. La de Bob Marley, con todo su mal gusto en la distorsión de la voz, es aún así buena. Las mejores: los tangos, los de los maestros Discépolo y Manzi, y ese bolerazo de Gardel y Le Pera, reconvertido en balada interpretada con maestría. He leído en una entrevista que Calamaro acusaba a muchos de sus compañeros autores de canciones de ser vagos. Creo que se equivoca. Si yo fuese su profesor y él fuese un alumno que me entrega una redacción, le mandaría que me la trajese al día siguiente bien hecha. Porque hay que perder tiempo eliminando defectos de las creaciones, no sólo creando. Tal vez ha incluido "Los ejes de mi carreta" como declaración de principios:
Porque no engraso los ejes me llaman abandonado. Si a mí me gustan que suenen ¿para qué los quiero engrasados? Es demasiado aburrido seguir y seguir la huella. He andado tantos caminos sin nadie que me entretenga.
¿Pero se ha parado realmente a escuchar los ejes de su carreta? ¿Y se ha parado a pensar qué piensan los que los escuchan y pagan por hacerlo? Este es un disco que no gustará a los diletantes amantes del arte elevado, pero tampoco al pueblo llano. No puedo acabar sin hablar de una canción interesante porque sigue un camino contrario al habitual y, en este caso, sí le doy la razón a Calamaro: también hay que hablar de política en el rock actual. Pero no estoy para nada de acuerdo con su tesis:
Vale la pena pensar que somos diferentes clase de animales y exterminar con seriedad, con frialdad
Dentro de todos hay bueno y malo, aunque todos no somos iguales y no peca en igual grado ni merece lo mismo quien desarrolla lo más oscuro de sí y derrama dolor y crueldad ardiente sobre los demás. Pero el "Diente por diente" nos iguala en lo peor. Es hacer un mundo peor. Esta canción de la que sólo iba a comentar su contenido me va a servir también para finalizar con un ejemplo del error que comete a lo largo de este disco -estos 5 CDs- Calamaro: la guitarra suena demasiado áspera, incluso para un tema tan duro como este. AC/DC en sus primeros discos hicieron canciones durísimas, pero nunca utilizaron un sonido tan desdentado. Andrés se confunde: no es lo mismo la sinceridad y la espontaneidad, y tampoco es lo mismo la dureza y la suciedad.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
12:14 a. m. | Comentarios (6)

Kevin Johansen en el Revillagigedo

~ miércoles, julio 11, 2007 ~

Esto es una información de servicio público: Mañana jueves 12 de julio de 2007 actúa Kevin Johansen en el Palacio de Revillagigedo en Gijón, gratis, a las 22:30. Creo que va a ser en acústico. Las autoridades sanitarias recomiendan la asistencia.

El año pasado el suyo fue el mejor concierto al que asistí, como conté en la segunda noche en la Semana Negra. Y sí, ya estamos de Semana Negra y todavía no he ido por allí. Este año estoy rompiendo la tradición de hacer un calendario de conciertos en el blog, pero es que encuentro el programa de 2007 menos atractivo que en veranos anteriores. Lo más interesante a priori, en agosto Cachao, Pata Negra y Juan Perro. Probablemente haya mucha gente que desconozco y que sea interesante. Ya veremos.

Por cierto, siento no haber avisado antes, pero me enteré hoy porque me avisó mi hermana desde Berlín. Tanta publicidad que manda el ayuntamiento y de lo más importante me entero de milagro.

De todas formas, me pasaré uno de estos días por la Semana a ver a Rafa Kas aunque sea dos minutos: hay tradiciones que deben ser respetadas para que el mundo siga girando.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
10:32 p. m. | Comentarios (2)

Entresemana: Un disco a destiempo

~ domingo, julio 08, 2007 ~

«El norte está lleno de frío / y siempre llueve en domingo», decía una de las grandes canciones de Los Ilegales, que son de Gijón y saben de lo que hablan.

Hoy es 8 de julio, domingo, verano. Y me he tenido que poner un jersey para no tener frío en casa. Me escriben sobre los días lluviosos del norte y, para fregar los restos de la fiesta que ayer hicimos en mi casa porque no pudimos hacerla al aire libre por culpa de las nubes, escojo un disco que describe perfectamente estos días: «Entresemana» de Le Mans.

Hace mucho que tenía pensado dedicarle un escrito. Es uno de esos discos que están aparte de todo, que se encuentran entre mis clásicos favoritos sin que me gusten cosas relacionadas. Le Mans son un grupo de San Sebastián y están encuadrados dentro del «Sonido Donosti», donde están los más conocidos La Buena Vida, que me gustaron durante dos meses, más o menos: un amigo me trajo su primer disco de Madrid (aquí no se podía conseguir, estamos hablando de principios de los años 90 del siglo pasado, nadie sabía que existían los móviles ni Internet) pero las dos canciones que me gustaban estaban en el segundo. Años después los vi en directo y me siguieron pareciendo lo que me parecen ahora: malos, sin chicha ni limoná. Lo siento, no me gusta la música cantada por una mala voz, aunque la vistan de arreglos de cuerda como en «Soidemersol», disco que tuvo como mayor virtud que me sirvió para echarme una buena siesta.

Pero la voz de Le Mans tampoco es buena, los músicos tampoco son virtuosos y las letras tienen una línea similar a la de La Buena Vida. Por eso, tal vez, tampoco me gusta el siguiente disco que sacaron, «Saudade», a pesar de ese título que, como sabréis los 8 habituales, es una palabra que me gusta mucho. Sólo puedo explicar por qué me gusta tanto «Entresemana» de una forma: es mágico.

Sin embargo, nada más lejos de los reinos de fantasía a los que se suele asociar la magia: el disco es la mejor descripción que me he encontrado nunca de lo que es la vida normal de una pareja de jóvenes burgueses en una ciudad del norte de España, como San Sebastián, como Gijón. Por ejemplo, «A la hora del café»:

Salir de casa
pensando en comprar
cosas que faltan
y algo de desayunar.

Me pongo la bufanda
y empiezo a pasear,
saludo a los amigos:
tengo tiempo para perder.

Voy caminando
a la hora del café.
Piso despacio:
es fácil resbalar.
La calle está mojada
en las tiendas ahora hay luz.
Me gusta este paseo,
voy mirando qué voy a comprar.

Es muy posible
que encuentre algo más:
una tortuga,
un cuaderno, un aerosol.

La calle está mojada
en las tiendas ahora hay luz.
Me gusta este paseo...


No sé si sólo leyéndolo, sin escuchar la interpretación, se puede sentir, como yo siento, el recuerdo exacto de las calles mojadas en una ciudad donde llueve muy a menudo. Y eso que la interpretación, ya digo, no es virtuosa: una batería mínima, una guitarra que recorre armonías algo jazzies pero con unos arpegios mecánicos, una voz definitivamente fea... pero que hipnotiza.

También se puede sentir el verano y los extraños surferos de estas latitudes:

Recorrer la ciudad
y después bordear la playa.
Peru va
siempre atrás
agarrándose fuerte a
mi espalda.
Bajaré
hasta el mar
para ver cómo
nada Peru.
Está bien
pasear y hablar.

Descansar
bajo el sol,
él me hace
reír con ganas.
Intentar
olvidar
ver su tabla entre
la olas.
Conducir
y volver
por la noche
de vuelta a casa.
Ojalá
él me quiera ver.

Como se puede apreciar, no tratan grandes temas. No utilizan palabras rimbombantes, no hay rimas sorprendentes ni juegos de palabras ingeniosos, no hay grandes dramas ni grandes pasiones: hay lo que hay, la vida real. Hacer lírica del todos-los-días —es más, exactamente de los días entresemana en los que para muchos no se vive, se trabaja— no es algo novedoso, pero es muy fácil que sea tan intrascendente como son la mayor parte de nuestros días. Y, sin embargo, yo, un plasta siempre preocupado por chorradas supuestamente trascendentales, creo que tienen peso, entidad. Porque en contra de los místicos que creen que sólo cuentan los instantes de iluminación y los temerarios que creen estar vivos sólo cuando están llenos de adrenalina, creo en el valor épico de una vida de pequeño burgués.

Pero mejor me dejo de teorizar absurdamente. Lo que quiero decir es que me parece maravillosa una canción que sólo cuenta que alguien tiene que estudiar:

Tengo que estudiar,
no hay tiempo que perder,
tantas cosas sin hacer.

Quiero aprobar
mi examen de francés.
Sólo un día más
y ya no pensaré.
Siento haber estado así.

Me intentó besar
y no le respondí,
de la compra me olvidé.

Platos sin fregar,
la ropa sin tender...
Espero de verdad,
que sepa comprender:
sólo queda un día más.
Mañana hacia las diez
lo malo se acabó,
todo volverá a estar bien.

Una de mis canciones de amor favoritas de todos los tiempos es «Mejor dormir»:

Todavía
en la cama.
Él se pone a hacer café.

La mañana
dura poco,
pronto es hora de comer.

Se despierta,
va descalza al comedor,
él la abraza,
un abrazo de esos que
le hacen reír.

No apetece cocinar,
mejor dormir.

Por la tarde
el momento
de ponerse a trabajar.

Planeando
viajes nuevos,
conduciendo entre los dos.

Se despierta,
va descalza al comedor,
él la abraza,
un abrazo de esos que
le hacen reír.

No apetece cocinar,
mejor dormir.

Ahora que lo pienso, hasta el «Vidas paralelas» de Marienbad no había encontrado una descripción tan buena de ese tipo de amor.

Muchas veces me acuerdo de una canción y me identifico totalmente con su título, aunque esté en femenino: «Perezosa y tonta»:


No es desilusión
ni siquiera es
malestar,

algo que no sé describir.

Hace tiempo que
nadie me viene a visitar.
Triste y sola estoy.

No es buena señal
que haya hierba en
mi jardín:

hace tiempo no estaba así.

Y no entiendo que
no haya parado de crecer
porque aquí estoy yo
y voy al revés.

Puede suceder
que alguien quiera estar
junto a mí,

algo que no sé si creer.

Me imagino que
soy como la ballena azul,
que triste y sola está.

En este disco no está la canción del verano de este año ni de ninguno. Pero ha sido ahora cuando me han asaltado las ganas de hablar de él. Disculpen el destiempo y sigan disfrutando del sol aquellos sobre los que brille.

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Por Guillermo Hoardings | Enlace permanente
6:46 p. m. | Comentarios (4)